Las armas del municipio de Torrelodones desde el que se
redacta este tedioso blog son parlantes. Exhiben una torre y un árbol. Ese
árbol, el lodón, que significa a la segunda parte del nombre es especie
endémica peninsular particularmente presente desde inmemorial por estas
latitudes madrileñas.
No en vano dicen los que saben de la historia heráldica de
la ciudad de Madrid que la denominación del árbol como madroño (Arbutus Unedo)
proviene del error de representación en gules (rojo) de los frutos,
cuando deberían
ser de sable (negro), tal como los exhibe naturalmente el lodón (Celtis
Australis).
Cuentan los que tienen la suerte de viajar por otras
capitales de los reinos europeos vecinos, que Madrid ha sabido crecer
respetando espacios arbolados. Así, la capital cuenta no solo con una buena
porción de hectáreas ajardinadas, sino con árboles en la mayoría de las aceras.
Realmente ignoro cuántos lodones, la verdadera especie
autóctona, subsisten por Madrid, en cualquier caso madroños deben de quedar
menos porque gustan de climas más fríos, más del norte peninsular.
Y es que, como si de una película de terror ecológico se
tratara, la naturaleza en Madrid ha comenzado a matar. Ya es frecuente la
noticia relativa a ramas de árboles que caen inertes sobre viandantes, acabando
con sus vidas.
¿El motivo? He escuchado dos versiones: por un lado un
hongo que afecta interiormente sin que el exterior manifieste deterioro alguno
y por otro falta de presupuesto municipal para contratar ingenieros expertos en
plagas que determinen la gravedad de cada caso.
En realidad, parece evidente, la causa es única. Se llama
crisis.
Una frivolización heráldica del problema me ha resultado especialmente
ingeniosa y con esa imagen concluyo: