Corren tiempos racionalistas. Se
racionaliza todo, el arte, las relaciones humanas… hasta el amor se
racionaliza.
Hay que adaptarse al medio y el
medio de nuestra especie, superado ya el inconveniente de los riesgos naturales,
es el definido por las relaciones humanas. Hay que adaptarse necesariamente a
lo que cree, a lo que considera correcto la mayoría de la población del
entorno. Y hoy lo más vigente es el racionalismo.
Pero hubo un tiempo, no tan
lejano, en que la realidad era otra. Tiempo cercano que se abandonó por excesivamente
idealista. Aunque, reflexiono mientras escribo, creo que es el medio natural en
el que permanecemos anclados los que gustamos de nuestras ciencias. Perdón don
Fernando, nuestra ciencia y las limítrofes.
La Edad Media fue una época que
se definió por la fe. Y la fe necesariamente, de suyo, no puede racionalizarse (aunque ahora los teólogos se
empeñen en demostrar que sí. Claro hay que adaptarse a los tiempos).
Se retornó a esa idealización
como motor social desde finales del XVIII hasta mediados del XIX. Y los
exponentes pictóricos de aquella etapa son especialmente atractivos. Esta
estéril diatriba en la que me he enfangado pretende atraer su atención, improbable
lector, hacia algunos exponentes del arte pictórico del movimiento de
idealización de la realidad que se denominó Romanticismo.
Hoy, que es sábado, me arriesgo
a exponer a continuación algunas imágenes extraídas de la red que recogen magníficos exponentes
de este movimiento social y cultural. En todos ellos, para justificar su
inclusión en este tedioso blog sobre heráldica y compañeras, aparecen representadas armas. Aunque no, no sea
ese el motivo principal, lógicamente, de los cuadros que se expondrán.
Comienzo con el titulado “María
de Molina presenta a su hijo Fernando IV en las Cortes de Valladolid de 1295”. Idealización
de una escena que debió de resultar mucho más prosaica habida cuenta, no entro
en más detalles, de la habitual falta de higiene que caracterizó aquella etapa
de nuestra historia. Sí, sí que aparece un escudo. Se sitúa arriba a la
derecha.
El siguiente se denomina “Pedro III el Grande en el collado de las Panizas”. Otra gran manifestación de nuestra riqueza pictórica del XIX.
El siguiente se denomina “Pedro III el Grande en el collado de las Panizas”. Otra gran manifestación de nuestra riqueza pictórica del XIX.
A continuación “Francisco de Borja
ante el féretro de Isabel de Portugal” en una doble composición. Que sí,
improbable lector, en ambos aparecen escudos. En uno las armas de Castilla (con
León, claro) y en otro las del vecino reino luso.
Especialmente atractiva resulta
la representación que sigue de la reina doña Juana I, la loca, ante el féretro de su esposo.
De ambientación más reciente,
es digna de reseñar la figura del rey de armas que aparece en “La promulgación
de la Constitución de 1812”
que enlaza por la temática con
el “El juramento de las Cortes de Cádiz”. (Sí que aparecen escudos, improbable
lector, como en el primero que expuse, están arriba a la derecha).
en el que se pueden observar,
aparte un escudo timbrado con capelo episcopal, un capelo cardenalicio tras el
que fuera regente de estos reinos que hoy se llaman España. Aparece además, y esto
es una nota de humor, la cabeza de un soldado que, retratado posteriormente por
un artista inglés recuerda vivamente a quien estas líneas suscribe: