Ya expliqué en una ocasión, improbable lector, que las
casas que han albergado a un rey adornan su fachada con cadenas.
Una de las mejores casonas que pueblan el lugar desde el
que se redacta este tedioso blog, lamentablemente hoy prácticamente en ruinas, llamada
el Canto del Pico, exhibe aún esas cadenas. Lo expuse en su momento.
Hoy, si tiene la deferencia de mantener la atención sobre
este texto, iré aún más atrás. Al origen primigenio de esa costumbre. Seré breve,
por supuesto.
Lo he leído recientemente. Las cadenas indican autoridad. Exactamente
límite sobre el que se ejerce la autoridad. Frontera jurisdiccional.
¿Quién no recuerda el mito sobre el origen de las armas
del reino de Navarra? El rey moro Miramolín rodeaba su tienda de campaña con
unas cadenas que, es leyenda pero en cualquier caso muy gráfica, el rey navarro
logró atravesar y romper, cargando incluso con parte de ellas que aún se
conservan en Roncesvalles.
En este caso particular las cadenas no indicaban
jurisdicción sino poder. Poder como para tender cadenas, un objeto de cierto
valor, a las que además se ataron esclavos armados para asegurar la defensa.
Las cadenas comenzaron realmente a manifestar su
simbolismo jurídico por medio de la Iglesia.
Nuestra santa madre la Iglesia, siempre cercana al poder y, hay que
considerarlo inevitablemente, ávida de defender su propio poder, dispuso por
medio de cadenas el territorio sobre el que ejercía su propia soberanía.
Desde la
Edad Media y hasta la revolución, la Iglesia consideró que
ostentaba por derecho divino la potestad para acoger en su territorio particular
a personas perseguidas por la justicia del rey que, con acceder a su interior o incluso con sólo
agarrase a las cadenas que rodeaban las iglesias, quedaban dentro de la
jurisdicción eclesial y en consecuencia ajenas a la justicia ordinaria.
Es el famoso acogerse
a sagrado de los perseguidos por causa de la justicia que de este modo evadían
su culpa.
La iglesia defendió a través de excomunión este derecho a considerar su terreno particular fuera de la jurisdicción del señor del lugar. Aún a sabiendas de la culpa del malhechor.
Tan celosa resultó de su derecho que incluso quiso
manifestarlo con contundencia: a través de las cadenas que, aún hoy, pueden
apreciarse rodeando viejas iglesias.
¿Y entonces, por qué las casas que han visitado los reyes exhiben
las cadenas? Como asimilación de manifestación de poder, de jurisdicción. La
casa en la que un rey ha pernoctado de alguna forma participa del poder del
monarca. El soberano, termino ya, manifiesta que esa edificación que ostenta cadenas
en su fachada queda bajo su jurisdicción, defendida con su poder.