martes, 16 de septiembre de 2014

SAGRADA FAMILIA

Considero el verano una etapa desagradable. Intento pasar de puntillas por esta estación. Mudo mis costumbres lo menos posible. Y es que tiene algo de desorden, de caos, de falta de rigor, de indisciplina, de ausencia de horario. Prefiero la rutina.
Sí, lo sé, ya explicó Wilde que la constancia, la rutina, el orden... eran los hábitos de aquellos que son aburridos y de los que carecen de imaginación. Sin embargo manifiesto mi preferencia por el ritmo cotidiano del curso que me resulta más militar, más disciplinado. Aborrezco la etapa estival. 
Este verano (que gracias a Dios ya concluye) acudimos la familia al completo, bueno sin nuestro perro Perro, a la residencia en la que desde hace ya siete años, habitamos uno de cada veinticuatro días del año natural. Efectivamente, improbable lector, muy cerca de Barcelona. La novedad principal, aparte no coincidir con los Prados, marqueses del Terreno de Trigueros en el reino del Maestrazgo, consistió en que al fin visitamos la Sagrada Familia. Sí, es verdad, tendríamos que haber acudido antes, pero los veranos son así, caóticos.
La Sagrada Familia nos pareció grandiosa, sin duda, como grandiosas son todas las obras del arquitecto Gaudí.
Hoy, que no he podido redactar por acudir con mi santa esposa a escuchar un cuarteto de cuerda, rescato una antiquísima entrada relacionada con el asunto y añado una curiosidad:
El palacio episcopal de Astorga, en la zona leonesa del Bierzo, patria chica del conde del Órbigo, es un edificio absolutamente grandioso. Lo ordenó construir, tras incendiarse en 1886 el anterior, el entonces obispo de Astorga, monseñor Juan Antonio Grau, natural de Reus. Las armas de este prelado aparecen en tres de las cuatro fachadas del colosal edificio.
Hacia la mitad de la altura del conjunto. Diseñado por don Antonio Gaudí, de venerable memoria, el prelado que lo encargó no pudo disfrutar de su conclusión. Fue inaugurado en 1913, siendo prelado de Astorga monseñor Julián de Diego y Alcolea. Las armas de este último obispo aparecen en la cuarta fachada, que realmente es la principal, en el tímpano cercano a la cubierta.
Termino con una anécdota: Gaudí falleció a consecuencia de las heridas causadas por atropello de un tranvía. El rey carlista en el exilio, en fecha cercana, igualmente murió atropellado por un camión. El genial Max Jacob también fue atropellado en 1920, en París. Este último dejó escrito, con su habitual humor, que siempre había deseado conocer qué aspecto tenían los automóviles vistos desde abajo. No obstante no fallecería hasta 1944, a consecuencia de otro atropello: el realizado por el nazismo contra los judíos.
¿Cómo es que tantos personajes resultan atropellados por los vehículos a motor en esa etapa histórica?
creo que la respuesta es bien simple: aún no se había inventado el paso de peatones.