No, improbable
lector, no. No es que haya dejado ya de escribir. No es que me haya
cansado otra vez y que de nuevo abandone la redacción por capricho. No.
Viajar en
transporte público es muy ecológico, según nos relatan las gentes de la
izquierda, que de esto saben mucho. Es muy ecológico, sano, novedoso… y no sé
cuántas cosas más. Efectivamente, así será, aunque no es ese, desde luego, el
motivo por el que yo utilizo ese medio. Está más relacionado con el precio
de la gasolina y con mi escasa nómina.
Sí, es verdad,
tiene sus ventajas: En trasporte público puedes observar los alrededores de la
carretera, cosa que conduciendo el propio vehículo resulta peligroso; gozas de
más tiempo para la lectura; y sobre todo, al menos en Madrid, se aprenden
idiomas con solo escuchar a los congéneres que te rodean.
A consecuencia del
uso del medio de trasporte público soy ahora más. Abulto más. Ahora cuento con
unos gramos, bastantes, más. El dedo corazón de mi mano derecha posee desde
antes de ayer un aspecto que recuerda vivamente a un pimiento. Un pimiento
hinchado.
No, no fue un
pisotón. En una mano es improbable. Fue un frenazo inesperado del autobús urbano
en que viajaba, a la altura del Paseo del Prado, que me hizo golpear con
extrema fuerza mi mano derecha, en particular mi dedo medio, contra una de las
barras que sirven de asidero.
Me tomo unos días de descanso porque la redacción sobre teclado se convierte en un verdadero calvario. Muy extensa en el tiempo además. Espero
que en unos días pueda, ya vuelto al habitual tamaño de mi ser propio, retornar
con mis tediosos textos. Quedo a sus órdenes, improbable lector.