sábado, 30 de agosto de 2014

SÁBADO: IMÁGENES

Corren tiempos racionalistas. Se racionaliza todo, el arte, las relaciones humanas… hasta el amor se racionaliza.
Hay que adaptarse al medio y el medio de nuestra especie, superado ya el inconveniente de los riesgos naturales, es el definido por las relaciones humanas. Hay que adaptarse necesariamente a lo que cree, a lo que considera correcto la mayoría de la población del entorno. Y hoy lo más vigente es el racionalismo.
Pero hubo un tiempo, no tan lejano, en que la realidad era otra. Tiempo cercano que se abandonó por excesivamente idealista. Aunque, reflexiono mientras escribo, creo que es el medio natural en el que permanecemos anclados los que gustamos de nuestras ciencias. Perdón don Fernando, nuestra ciencia y las limítrofes.
La Edad Media fue una época que se definió por la fe. Y la fe necesariamente, de suyo, no puede racionalizarse (aunque ahora los teólogos se empeñen en demostrar que sí. Claro hay que adaptarse a los tiempos).
Se retornó a esa idealización como motor social desde finales del XVIII hasta mediados del XIX. Y los exponentes pictóricos de aquella etapa son especialmente atractivos. Esta estéril diatriba en la que me he enfangado pretende atraer su atención, improbable lector, hacia algunos exponentes del arte pictórico del movimiento de idealización de la realidad que se denominó Romanticismo.
Hoy, que es sábado, me arriesgo a exponer a continuación algunas imágenes extraídas de la red que recogen magníficos exponentes de este movimiento social y cultural. En todos ellos, para justificar su inclusión en este tedioso blog sobre heráldica y compañeras, aparecen representadas armas. Aunque no, no sea ese el motivo principal, lógicamente, de los cuadros que se expondrán.
Comienzo con el titulado “María de Molina presenta a su hijo Fernando IV en las Cortes de Valladolid de 1295”. Idealización de una escena que debió de resultar mucho más prosaica habida cuenta, no entro en más detalles, de la habitual falta de higiene que caracterizó aquella etapa de nuestra historia. Sí, sí que aparece un escudo. Se sitúa arriba a la derecha.
El siguiente se denomina “Pedro III el Grande en el collado de las Panizas”. Otra gran manifestación de nuestra riqueza pictórica del XIX.
A continuación “Francisco de Borja ante el féretro de Isabel de Portugal” en una doble composición. Que sí, improbable lector, en ambos aparecen escudos. En uno las armas de Castilla (con León, claro) y en otro las del vecino reino luso.
Especialmente atractiva resulta la representación que sigue de la reina doña Juana I, la loca, ante el féretro de su esposo.
Al igual que el no muy conocido “Últimos momentos del Rey don Jaime I”.
De ambientación más reciente, es digna de reseñar la figura del rey de armas que aparece en “La promulgación de la Constitución de 1812”
que enlaza por la temática con el “El juramento de las Cortes de Cádiz”. (Sí que aparecen escudos, improbable lector, como en el primero que expuse, están arriba a la derecha).
Particularmente atractiva resulta la atmósfera lúgubre que refleja “Sixto IV y Torquemada”.
Y ya concluyo con el “El Cardenal Cisneros visita las obras del Hospital de la Caridad”
 
en el que se pueden observar, aparte un escudo timbrado con capelo episcopal, un capelo cardenalicio tras el que fuera regente de estos reinos que hoy se llaman España. Aparece además, y esto es una nota de humor, la cabeza de un soldado que, retratado posteriormente por un artista inglés recuerda vivamente a quien estas líneas suscribe:

viernes, 29 de agosto de 2014

LA CORONA REAL

Tenía ayer mismo el honor de aburrirle, improbable lector, exponiendo algunos aspectos sobre las armas que ha tomado para sí mismo nuestro nuevo rey don Felipe. Pero nada expliqué sobre la corona real que las timbra.
La corona real, como sin duda conoce, no es un elemento cierto, no se trata de un objeto palpable. Es únicamente una entelequia que, a fuer de ser repetida hasta la saciedad en todos los documentos públicos que se timbran con las armas del reino ha llegado a tomar la consideración ante el común de un objeto tangible.
Pero no, la corona real de España no existe más allá de su representación pictórica.
Sí, efectivamente, todos observamos que durante la ceremonia de entronización, en un estrado dispuesto en la presidencia, apoyada sobre un cojín, asomaba una corona.
Pero esa corona no es la real de España. Se trata de un objeto artístico que ordenó elaborar el rey don Carlos III. 
Al parecer su función original era la de servir de timbre, de mero adorno sobre los catafalcos reales.
Además, su desmedido tamaño no puede sino llamar al ridículo en caso de pretender ceñirla sobre la cabeza.
En cualquier caso, para regocijo de todos los heraldistas de bien, esa corona se adorna con motivos heráldicos que representan a algunos de los reinos que conforman, o fueron parte, de España.
Pero no, ese objeto que se dispuso en la presidencia de las cortes no es la corona que timbra el escudo de España y tampoco la que ostentan las recién estrenadas armas reales.
La corona que timbra el nuevo escudo del rey don Felipe parece, es opinión personal, que es modificación (a través del añadido de dos diademas) de la que diseñara, para el entonces príncipe de Asturias, don Carlos Navarro Gazapo. Y el efecto no ha sido del todo grato a los sentidos. No.
Realmente, y ya concluyo, se debería haber adoptado la corona que timbra el escudo del reino entero. Corona definida en su momento en el propio boletín del Estado con estas palabras:
Al timbre, corona real, cerrada, que es un círculo de oro, engastado de piedras preciosas, compuesto de ocho florones de hojas de acanto, visibles cinco, interpoladas de perlas y de cuyas hojas salen sendas diademas sumadas de perlas, que convergen en un mundo de azur o azul, con el semimeridiano y el ecuador de oro, sumado de cruz de oro. La corona, forrada de gules o rojo.

Sí, improbable lector, estoy de acuerdo con usted. Es verdad que la heráldica es arte. Por su propia naturaleza representativa es arte. Pero no parece del todo correcto que el timbre de las armas del rey se aleje tanto del establecido de forma oficial por el propioEstado en 1981.

jueves, 28 de agosto de 2014

PUBLICACIÓN DE ARMAS NUEVAS

Hoy únicamente le aburriré, improbable lector, con una referencia ineludible. Referencia electrónica que, quiero recordar, otros blogs hermanos ya señalaron. Efectivamente es redundante, pero cuando una noticia es grata, es seguro que no considerará un fastidio rememorarla. Además, me apetece narrarlo de nuevo porque, de alguna forma, pone de manifiesto la vigencia, la actualidad, la renovación permanente de nuestra ciencia heráldica. En este caso, además, en formato oficial del Estado y aludiendo a la más alta instancia.
Ya lo ha adivinado sin duda, improbable lector. Sí, se trata de las armas del rey don Felipe. Armas que han sido hechas públicas y han adquirido en consecuencia carácter institucional para el Estado a partir de su publicación en el diario oficial. La página en cuestión es esta: BOE.
Ese hecho, ya en sí mismo, es motivo de orgullo y satisfacción para la comunidad heráldica. La realidad es que aún, en pleno siglo XXI, nuestro anciano Boletín Oficial del Estado recoge la concesión de armas nuevas adoptadas por individuos, por personas.
No es excesivamente extraño, es verdad, advertir la concesión de armas a entidades de carácter sobre todo municipal en los diferentes diarios oficiales que pueblan nuestra patria, tan estratificada geográficamente. No sólo no es chocante, sino que es incluso relativamente frecuente.
De hecho, me comentaba recientemente el marqués de La Floresta que recibe anualmente un buen número de encargos de entidades municipales solicitando su asesoramiento al efecto de recomponer, de adaptar, o incluso de adoptar armas que representen al conjunto de los ciudadanos de diferentes pueblos castellano-leoneses. Escudos municipales que se recogerán, una vez recorridos los diferentes escalones administrativos necesarios, en el diario regional.
Pero esa sana práctica no se reproduce ante la adopción de armas por parte de los individuos particulares. Únicamente se ha advertido, desde el advenimiento de nuestra actual democracia, en la convalidación del uso de armas a quienes pertenecen al solar de Tejada y en las elegidas ahora por el rey don Felipe. En cualquier caso, que las armas escogidas por voluntad propia por el nuevo monarca se hayan institucionalizado en el BOE es un buen augurio.
Entrando en materia, reseñar que las armerías publicadas son del todo correctas, como no podía ser de otra forma, excepción hecha como ya sabe improbable lector, por la práctica no abandonada desde el siglo XIX de representar el escusón de la dinastía reinante en una forma impropia para un varón: ovalado. Bueno, no tiene mucha importancia, la perfección la conoceremos en el Cielo.
El león del reino homónimo ha vuelto a su color púrpura, renunciando al gules que escogió el rey don Juan Carlos.
Además, creo que es común observación por parte de todos los aficionados a esta ciencia, el dibujo en su conjunto no es que sea un alarde de derroche artístico, ¿verdad?: el león no se sabe si va o viene, quiero decir que no se advierte si la pata trasera que adelanta es la derecha o la izquierda; el castillo posee un nuevo diseño que, bueno, no está mal, pero se podría haber recurrido al genuino medieval que ideó el rey don Alfonso VIII;  
la granada ya no es esférica, ahora, como la tierra, es achatada, pero por el ecuador. En fin. En cualquier caso no es un diseño del todo malo. Bueno, voy a ser sincero caramba, sí que lo es si se compara con el realizado por don Carlos Navarro Gazapo, conde del Grabado Real en el reino del Maestrazgo. Confrontado con el del maestro Navarro Gazapo resulta pueril. Pero es el que ha escogido el rey y en consecuencia lo acataremos como buenos súbditos que somos todos los heraldistas.
Ya concluyo improbable lector. Finalizo manifestando un pero a la propia publicación: y es que cabe, en última instancia, preguntarse cómo no ha sido la firma del rey de armas con el que contamos aún en España el que ha convalidado de alguna forma, o refrendado, la adopción del nuevo escudo del rey don Felipe.

miércoles, 27 de agosto de 2014

ENMIENDA JUDICIAL

 
Remite recado electrónico el marqués de La Floresta para participar al redactor de este tedioso blog y a quienes se acercan al mismo, la grata noticia de la enmienda de un error.
Como recordará, improbable lector, hace algún tiempo se aireó a los cuatro vientos (o casi mejor decir las cuatro tenues brisas que soplan sobre este exiguo entorno de la ciencia heroica y sus colaterales) la orden que retiraba el permiso para el uso sobre el uniforme de tres condecoraciones de la Alianza Atlántica otorgadas en su día al marqués de La Floresta.
Por supuesto, no se otorgó pareja publicidad a la concesión, escasas fechas después, de la Gran Cruz de la Guardia Civil que le fue conferida con todo merecimiento.
Hoy sin embargo es un honor, y un deber de justicia, hacer pública la rectificación del asunto de las medallas OTAN a través de las palabras del propio marqués:
Querido José Juan: bien conoces que durante el último año he estado padeciendo una campaña inicua de ataques e injurias, movida por el miserable afán de venganza de dos sujetos y las torpes maledicencias de algunas otras gentes de mal corazón, que se ha basado en un asunto menor: una supuesta irregularidad respecto del otorgamiento de tres medallas de la OTAN (concedidas hace años y que por cierto nunca he lucido), cuyo uso sobre el uniforme militar me fue retirado por el Jefe del Estado Mayor de la Defensa, según orden publicada el 19 de junio de 2013 en el Boletín Oficial del Ministerio de Defensa.
Recurrida por mí esta arbitrariedad ante los Tribunales de Justicia, he obtenido sentencia firme el 19 de marzo de 2014, por la que se declara contraria a Derecho y por ende se anula aquella resolución del JEMAD, como consta publicado en el Boletín Oficial del Ministerio de Defensa del pasado 28 de julio de 2014, cuya copia tengo el gusto de acompañarte. Las cosas, pues, no eran como algunos decían.
No es del caso entrar aquí en los detalles del asunto, por cierto bastante sorprendentes en términos tanto militares como jurídicos; ni tampoco es la hora de buscar satisfacción al perjuicio causado. Me basta con que las autoridades, al conocer la realidad del suceso, me hayan hecho justicia; y, sobre todo, me basta con que los amigos y las personas de buen corazón que en este trance me habéis manifestado vuestro apoyo, conozcan por mí el buen final de este desagradable asunto.
Quiero, pues, participarte mi sentida gratitud por tus buenas acciones y auxilios, que confío en saber recordar por siempre.

Recibe un afectuoso abrazo, ALFONSO
 
Ps: no me vendrá mal la difusión de esta sentencia en el ámbito de nuestros comunes amigos, gracias.