sábado, 20 de septiembre de 2014

SÁBADO: IMÁGENES





Hoy me decido a comentar un par de imágenes acumuladas en la infinita memoria de mi portátil.
Recurro a los diseños de don Manuel Pardo de Vera y Díaz, con quien tuve el honor de ser armado caballero en el seno de la Real hermandad de san Fernando. Diseños de buena factura que permanecen expuestos de forma permanente en su blog.
El primero de ellos corresponde al marqués de la Garantía.
El título fue creado por el rey don Fernando VII en 1816, dando continuidad al ya existente en el reino de las Dos Sicilias. El primer poseedor de la merced española, don Fernando Tamariz-Martel y Porcel, Morales y Cañaveral, ostentaba ya el numeral IV de la homónima merced italiana original.
Es costumbre en estos reinos que hoy se llaman España que las armas que eligiera, u ostentara por herencia, el primer poseedor del título permanezcan como propias del mismo a lo largo de su historia. Así, los sucesores en la merced nobiliaria renuncian, en caso de existir cambio dinástico, a las armas que pudieran corresponderles por herencia. A sus armas de linaje.
Gozan estas armerías del marqués de la Garantía de la peculiaridad de exponer un lambel. Lambel que, dado que no se dispone en su posición habitual en jefe, toma la entidad de pieza no brisante. 
Consideración que sí que toman, por el contrario, y como es habitual, las armas de la actual princesa de Asturias quien, de acuerdo con el diseño que le ha atribuido acertadamente mi amigo el conde del Puig de Sabadell, don Xavi Garcia i Mesa, ostentan lambel de azur a modo de brisura.
La brisura es la adición de piezas que distingan las armas originales y que signifiquen el grado de parentesco con el poseedor primigenio.

Como ya sabe, improbable lector, al contrario que en otros cercanos, en estos reinos que hoy conforman España nunca se utilizó brisura, excepción hecha necesariamente del entorno de la real familia, habida cuenta que solamente el rey, entonces como hoy, puede tomar por armas las que signifiquen al reino.
Y no se utilizó la brisura porque lo que pretenden los blasones es demostrar gráficamente la pertenencia a un linaje. Es decir, la voz linaje para nuestra ciencia significa descendencia de un individuo determinado, que se pertenece a la estirpe de la persona que tuvo el buen gusto de adoptar un blasón. Descendencia en consecuencia que portará idénticas armas en pacífica sucesión por línea agnaticia, esto es, de varón a varón. Las damas las poseerán, pero no podrán trasmitirlas.
Concluyo esta tediosa digresión sobre las armas del marquesado de la Garantía animándole, improbable lector, a que si no ha recibido de sus antepasados unas armerías definidas, se decida a adoptar armas nuevas que perpetuará su linaje.
Volviendo al origen de esta especialmente tediosa entrada abordo ahora el escudo que asigna mi hermano de hábito, don Manuel Pardo de Vera y Díaz al Vizconde de Matamala: un especialmente simbólico cuartelado que aúna las armas del reino de Castilla con una cruz flordelisada de oro en campo de azur.
El vizcondado de Matamala fue concedido en 1703 por el rey, sólo de media España entonces, don Felipe V a don Lucas Yáñez de Barnuevo y San Clemente, Santa Cruz y Santa Cruz, ya creado marqués de Zafra y perteneciente a uno de los doce linajes de Soria.
Su diseño es coincidente, alterando los cuarteles, con las armas de la ciudad de Palencia, excepción hecha del vaciado de las cruces flordelisadas que practica el municipio.
El escudo de Palencia presenta la cruz de la victoria que, cuenta la leyenda, entregó el rey don Alfonso VIII al obispo Tello Téllez de Meneses en agradecimiento al arrojo demostrado por los palentinos en las Navas, cuartelada con la representación del reino.
La representación del reino es especialmente acertada en el diseño propuesto por don Manuel Pardo de Vera. Parece inspirado en el que originalmente tomara como armas personales el mismo rey don Alfonso. 
Un diseño que, habría que ir sopesando, convendría rescatar para el escudo nacional siguiendo la pauta inmemorial que establece que los muebles heráldicos deberán ser representados en su forma más arcaica.
La cruz flordelisada resulta especialmente simbólica y querida por los hombres de buena fe. Aúna en un único objeto la representación del Maestro a través de la cruz y de su madre, María Santísima, por medio de las lises que rematan la figura.
Desde su originen heráldico este mueble mantenía el aspecto con el que se representa en el diseño expuesto. Posteriormente, y ya concluyo por hoy, la figura adquirió esa idealización que muestran las órdenes nobiliarias tradicionales de nuestra península. Idealización que no permite advertir con nitidez la simbiosis de ambos muebles.

viernes, 19 de septiembre de 2014

EJEMPLAR

El, al menos hasta ayer, Reino Unido de la Gran Bretaña, quizá a partir de hoy Inglaterra a secas, (como lo conoce todo el mundo a fin de cuentas), mantiene una sabia devoción en torno a la figura de su monarca. Quien sea. El soberano que reine en Buckingham.
No en vano explicaba Shaw con bastante ingenio que no imaginaba qué reyes permanecerían en sus tronos al comenzar el año dos mil. Pero que sí que conocía cuántos existirían en el año tres mil. Serían cinco: los cuatro de la baraja y el rey de Inglaterra.
Hoy, como si fuera sábado, expongo una imagen que denota el apego del pueblo inglés hacia la monarquía:
Como habrá observado improbable lector, el mástil, del que pende la bandera que representa a toda la nación, aparece timbrado, por encima de la propia enseña nacional, con la corona que significa al soberano.
Ejemplar conducta.

jueves, 18 de septiembre de 2014

INVITACIÓN UNIVERSAL

Remite mensaje don Ernesto Fernández-Xesta. En él convoca al acto de apertura de la Real academia de heráldica. Acto que, como es costumbre, consistirá en la exposición de una conferencia.
Apúnteselo, improbable lector, en su agenda. Se celebrará el miércoles, día quince de octubre. Efectivamente, el día de santa Teresa, patrona de Intendencia.

Las que siguen son las palabras de don Ernesto.

Queridos amigos:
Os adjunto invitación para el Acto Público de Inauguración del Curso Académico 2014-2015 de la Real Academia Matritense de Heráldica y Genealogía, que se celebrará, Dios mediante, el día 15 de octubre de 2014, a las 19:30, en la sede de la Real Sociedad Económica Matritense de Amigos del País,(Torre de los Lujanes, plaza de la Villa, 2), interviniendo el Numerario de la Real de la Historia y de la Corporación matritense, Excmo. Sr. don Hugo O'Donnell y Duque de Estrada, duque de Tetuán, que disertará acerca de El guión de S. M. el Rey de España, Don Felipe VI.
Saludos afectuosos,
Ernesto

CONTINENTE REAL

Nos dejamos influenciar por los que ocupan los puestos más altos de la sociedad.
Entre otras manifestaciones de esa influencia, de mucha mayor importancia, se encuentra el tipo de bebida espirituosa que se consume de forma mayoritaria. 
Si la élite consume una bebida, el pueblo imita la costumbre y además se las da de entendido en la materia. Qué afán por aparentar tenemos todos, ¿verdad?
Cuando era joven (sí, lo fui, no nací así de viejo) (y no, no estuve en el Arca de Noé) (¿cómo que entonces cómo me salve?!) lo que se llevaba, la moda, era practicar el ocio regándolo con whisky.
Años después lo más elegante fue el ron.
Hoy causa furor, y un poco de tontería snob también, según me explicaba recientemente doña Elisa Campos Gómez, baronesa de Pertinaz Diversión en el reino del Maestrazgo, la ginebra mezclada con tónica. Bueno, con tónica y con toda una variedad de aditivos que permiten pasar a las copas sin probar el postre porque el gintónic más exclusivo contiene ahora una macedonia de frutas flotando en su interior.
Yo no. Sigo fiel al whisky. No es por snobismo. Ni por nada especial. Simplemente me gusta más que el resto. Lo consumo por descarte.
En cambio, algunos de mis compañeros de tertulia heráldica, y ciencias afines don Fernando de Arco, y ciencias afines, sopesan la posibilidad de pasarse al tequila.
La razón no proviene de la moda, que si es moda es necesariamente pasajera. No. La razón le resultará evidente, improbable lector, cuando observe el continente.
Si se acerca a este tedioso blog es porque es usted, improbable lector, aficionado a la heráldica. Si es aficionado a la heráldica necesariamente, es un hecho empírico, es usted una persona decente. Y si es decente (ya termino el silogismo) ha de ser monárquico.
Nuestra constitución titula su segundo capítulo, que regula la monarquía, no con ese nombre, sino con el del tocado que la representa: la corona.
No sigo. Muestro el continente anunciado y juzgue usted mismo, improbable lector, la posibilidad de pasarse al tequila:

miércoles, 17 de septiembre de 2014

REMEDOS

Cada vez veo más cine. En casa claro, lo exiguo del sueldo no da para alardes de visitas a las salas de proyección. Y en familia. Palomitas de microondas incluidas. Me parece un ejercicio sano porque luego comentamos la película y los padres aprendemos acerca de cómo piensan nuestros hijos. (A veces con verdadera sensación de alarma).
Una de las más recientes que hemos visto (bueno, realmente la terminé yo sólo porque la cinta es floja) es la titulada “La dama de hierro”. Sí, ésa, la de la vida de Margaret Thatcher, cuyas armas, una vez ennoblecida fueron las que siguen:
Todos recordamos el pulso que sostuvo contra la industria minera de su país. Permitió que una huelga se alargara durante meses con los disturbios consiguientes. Su afán era conseguir que su nación adquiriera un tejido industrial basado en la tecnología, no en una minería que resultaba propia de naciones del tercer mundo. Y lo consiguió.
Margaret Thatcher se mantuvo once años como primera ministra. Abandonó el cargo no a consecuencia de derrota electoral sino por la pérdida de confianza de sus propios compañeros de partido.
En un momento cercano al final de la filmación, en el marco de una gran sala en la que se celebra un consejo de ministros, Thatcher les reprende con palabras similares a las que siguen: Entiendo perfectamente sus complejos y su consiguiente desidia. Ustedes no han escalado puestos para llegar hasta las sillas que ocupan en esta sala de ministros. Han accedido sin esfuerzo porque ese duro trabajo ya lo realizó algún antepasado suyo, del que ustedes ostentan el título nobiliario. Pero yo no, yo soy hija de un tendero y he escalado cada puesto, sin deber nada a nadie, con voluntad y con perseverancia en la obligación que la ciudadanía me ha encomendado.
Es esa la idea que hoy quiero trasmitir: para alcanzar algo, hay que ganarlo. Con trabajo y esfuerzo. No remedarlo sin aportar mérito alguno.
Expuse no hace mucho una idea: la uniformidad que ostentan tanto los autodenominados Reales tercios, como la corporación de san Lázaro, llaman al equívoco. Pretenden parecer militares sin serlo. Sin esfuerzo. De forma fácil.
¿No está de acuerdo conmigo improbable lector? De alguna forma dan a entender que el uniforme militar no es ya la expresión exterior de la disciplina interior y del empeño por realizar la labor encomendada lo mejor posible. Al contrario, parecen manifestar que vestir uniforme castrense es propio de fiestas de dudoso gusto, de actos que recuerdan con cierta sorna una verdadera reunión militar. Insisto: se uniforman con atuendo que llama al equívoco, por recordar vivamente un uniforme militar, pero no realizan el esfuerzo por alcanzar a lucirlo por derecho, estudiando con denuedo hasta obtener plaza en cualquier oposición a los ejércitos.
El último Atavis, remitido por el conde de los Viñedos de Zenda, mi admirado maestro don José María Montells Galán, hace extenso alarde de la nueva uniformidad que deben vestir los caballeros de la tan insigne y caritativa corporación de san Lázaro. 
Uniformidad que recuerda perfectamente la de etiqueta del Ejército de Tierra. Con sus divisas en la bocamanga y todo. 
La de los denominados Reales tercios es aún más parecida, más equívoca.
Y hasta imitan el saludo militar:
Añadiría otra idea a la anterior, aunque en realidad es la misma: ¿ha reparado, improbable lector, en la cantidad de condecoraciones que se lucen sobre esos pseudouniformes militares de los que he hablado en los anteriores párrafos? ¿Cuáles son los méritos constatados para vestir tantos kilogramos de medallas?
El sentir de la familia castrense entera es simple: las condecoraciones se ostentan únicamente si se ha alcanzado el mérito para poder exhibirlas con orgullo.
Y es que el dialogo entre un verdadero militar, (con tan sólo una o dos medallas después de treinta años de servicio y un par de misiones de varios meses en Asia) y un caballero de alguna de esas corporaciones, con el pecho cuajado de metal rimbombante, podría ser similar a esto:
-¿Y todas esas medallas de qué son?
-Ya ves.
-Esa gran cruz roja, por ejemplo ¿qué has hecho para ganarla?
-Bueno, en realidad significa que soy caballero de la orden de la Zambomba Inconclusa.
-Ah (silencio). Oye, ¿y qué méritos hiciste para pertenecer a esa orden?
-Pues mira, pagar para ingresar. En fin, esto…bueno… bonita fiesta ¿eh? ¿oye, te he presentado al marqués de Álamo Estrecho?
Imagine la cara del verdadero militar. (Y la del que se uniforma, sin fundamento, con mucho aparato)
Bueno, ya termino. No hay que demonizar. Evidentemente. Cada cual que se comporte como le dicte su conciencia. Pero, convendrá conmigo improbable lector en la idea: no hay que hacer lucimiento de lo que no se ha ganado con esfuerzo, más parece burla que homenaje.