sábado, 6 de septiembre de 2014

PRÓRROGA

No, improbable lector, no. No es que haya dejado ya de escribir. No es que me haya cansado otra vez y que de nuevo abandone la redacción por capricho. No.
Viajar en transporte público es muy ecológico, según nos relatan las gentes de la izquierda, que de esto saben mucho. Es muy ecológico, sano, novedoso… y no sé cuántas cosas más. Efectivamente, así será, aunque no es ese, desde luego, el motivo por el que yo utilizo ese medio. Está más relacionado con el precio de la gasolina y con mi escasa nómina.
Sí, es verdad, tiene sus ventajas: En trasporte público puedes observar los alrededores de la carretera, cosa que conduciendo el propio vehículo resulta peligroso; gozas de más tiempo para la lectura; y sobre todo, al menos en Madrid, se aprenden idiomas con solo escuchar a los congéneres que te rodean.
A consecuencia del uso del medio de trasporte público soy ahora más. Abulto más. Ahora cuento con unos gramos, bastantes, más. El dedo corazón de mi mano derecha posee desde antes de ayer un aspecto que recuerda vivamente a un pimiento. Un pimiento hinchado.
No, no fue un pisotón. En una mano es improbable. Fue un frenazo inesperado del autobús urbano en que viajaba, a la altura del Paseo del Prado, que me hizo golpear con extrema fuerza mi mano derecha, en particular mi dedo medio, contra una de las barras que sirven de asidero. 
Me tomo unos días de descanso porque la redacción sobre teclado se convierte en un verdadero calvario. Muy extensa en el tiempo además. Espero que en unos días pueda, ya vuelto al habitual tamaño de mi ser propio, retornar con mis tediosos textos. Quedo a sus órdenes, improbable lector.

jueves, 4 de septiembre de 2014

VESTIR HERÁLDICA

Tenía el honor de aburrirle, improbable lector, hace unas pocas entradas, a la altura del mes de febrero, con una reflexión sobre la banda eclesiástica. A modo de ejemplo, se exponía una instantánea en la que al arzobispo de Barcelona, el cardenal Sistach, se le imponía una banda de gran cruz por parte del Estamento de caballeros nobles del principado de Cataluña.
Nadie reparó en un detalle de la imagen que resulta muy gratificante para los amantes de nuestra ciencia. Los caballeros del estamento visten hábito al uso. Lucen la venera propia y, atención, ostentan sus propias armas bordadas en el costado diestro. Obsérvela de nuevo, improbable lector:
Efectivamente. Tampoco yo he apreciado nunca que orden alguna luzca las armas particulares en el hábito conventual. Sana costumbre. Muy digna de ser imitada.
Vestir la propia heráldica es uso, en cualquier caso que, como se expuso recientemente, hasta hace escasas fechas se mantenía en el pontificado.

miércoles, 3 de septiembre de 2014

ÓRDENES


Al hilo de la entrada de ayer mismo, en la que recordaba la partición primera del escudo de la región de Castilla-La Mancha, hoy me permitiré llamar su atención, con unas breves líneas, sobre el segundo cuartel.
Estos reinos que se llaman en conjunto España tienen a gala mantener aún en el siglo XXI la existencia de las cuatro órdenes militares que sirvieron a los reyes durante la reconquista del suelo patrio a la morisma.
Y es que la inexistencia durante el periodo medieval de un ejército regular que hiciera frente al empuje moro se alivió en esta península con la fundación de estas órdenes, en su origen castrenses, y hoy meramente nobiliarias.
Órdenes de tan arraigada consideración social que su superior jerárquico es, salvo mejor noticia, el rey padre don Juan Carlos, quien habitualmente ostenta sobre los uniformes castrenses sus veneras.
La región de La Mancha, cuna del ínclito don Quijote,
sirvió de acomodo a las casas matrices de dos de esas órdenes: Calatrava y Santiago.
Y ya finalizo. Siguiendo a don Ramón José Maldonado y Cocat, creador de la bandera de Castilla-La Mancha, de la que el escudo es clon, el blanco del segundo cuartel (bastante anodino) rememora a las órdenes militares “cuyas gloriosas milicias conquistaron, organizaron y administraron la tierra manchega y cuyos pendones fue­ron siempre blancos”.

martes, 2 de septiembre de 2014

ROJO CARMESÍ

Recordará, improbable lector, que hace escasas entradas traía a esta tediosa palestra las armas que ha tomado para sí el nuevo monarca don Felipe VI. Armas que se recogieron en el boletín del Estado al definir el guion que significará la presencia del rey.
Guion que, olvidando el azul de su predecesor en tan alta magistratura, ha adquirido color “carmesí” (sic). Color carmesí que, observando con detenimiento el aspecto que realmente define su tintura en el propio BOE, podría definirse por profanos como intermedio entre rojo y morado.
La feria del libro de Madrid, ese gran talismán contra la sequía que se celebra en el que fuera jardín del buen retiro de las reales personas, hoy Jardín del Retiro a secas (y a lluvias), mantiene desde su invención la capacidad de convocar diariamente a un buen número de lectores (todos ellos ataviados, al menos el día de su inauguración, con el pertinente paraguas).
Mi amigo y compañero de armas don Pedro Martín López, conde de Alcorcón del Rey, en el reino del Maestrazgo, lector impenitente y asiduo de la feria del libro tuvo la gentileza de comprarme un atrasado número de la Revista Hidalguía. Nada menos que del año de gracia de 1985, dedicado en exclusiva a la ciencia del blasón.
De entre sus muchos y extraordinarios artículos hoy haré hincapié sobre el titulado La bandera de Castilla-La Mancha, de don Ramón José Maldonado y Cocat, quien fue su creador.
Al explicar los esmaltes escogidos para la enseña (y su posterior e idéntico escudo) hace alusión, como el guion de su majestad el rey don Felipe VI, al “rojo carmesí”.
Y es este lugar al que hoy quería atraer su atención, improbable lector. El rojo carmesí, explicaba el académico Maldonado, es el esmalte tradicional del reino de Castilla, lo que hoy denominaríamos rojo. Así, tal cual, el color rojo de toda la vida. Queriendo alejarlo del morado que quisieron imponer los vencedores tras el fratricidio del 36.
Pero, me atrevo a imaginar que por excesivo tecnicismo, el carmesí ha tornado a ser un color diferente del rojo que fuera en su origen. De esta forma, tanto la bandera de Castilla-La Mancha, como el guion del rey, debiendo ser de color rojo, han tomado esa nueva tonalidad, por otro lado tan poco medieval por la escasa diferencia cromática.
Ya finalizo esta especialmente tediosa entrada. La bandera y el escudo de Castilla-La Mancha, con ese erróneo color carmesí, deberían ser, de acuerdo con el espíritu de su creador y con la tradición, del color del pendón de Castilla: rojo.
Como sucede en las armas de su vecina Castilla y León donde, por el contrario, se comprendió perfectamente el significado del concepto cromático carmesí.

lunes, 1 de septiembre de 2014

TIMBRES HERÁLDICOS


Al hilo de recientes entradas, el asunto con el que hoy proyectaba cansarle, improbable lector, es el de la aceptación universal de los timbres. Seré breve:
¿Se lo ha planteado en alguna ocasión? Hoy observar una corona sobre un escudo, de cualquier taxonomía nobiliaria, se acepta sin pensar. Al igual que advertir un yelmo sobre unas armerías. Pero en su origen, esta disposición de prendas de cabeza sobre un escudo debió de resultar chocante.
Y es que los escudos fueron inicialmente eso: verdaderos escudos defensivos. Escudos que los caballeros colgaban de las paredes de sus residencias, junto a su espada, para ser utilizados en cualquier momento.
Únicamente cuando la heráldica se desvinculó del verdadero hecho guerrero, cuando se convirtió más en símbolo de identificación personal y familiar que en objeto propio de la batalla, se comenzó a considerar correcto timbrar los escudos.
Al lugar al que he querido, sin conseguirlo, traer su atención es al hecho de que en su origen, los timbres heráldicos debieron resultar extraños, insólitos, raros, chocantes.
Si se hubiera producido en la actualidad esta transformación del escudo, desde admitirse como objeto de guerra a convertirse en objeto identificativo, habríamos de admitir que los timbres heráldicos poseyeran apariencias actuales, resultando composiciones heráldicas tan anómalas como la que ultima esta fugaz entrada:

domingo, 31 de agosto de 2014

¿ADAPTACIÓN?

Hoy es domingo. Y los domingos los heraldistas, que por definición y por experiencia sé que somos gente decente, vamos a misa.
Así que hoy le aburriré, improbable lector, con algo de eclesiástica. Seré lacónico: ¿cómo encajan las ceremonias, no tan lejanas en el tiempo, de nuestra amada Iglesia,
con la parquedad actual manifestada, (sabiendo que usted, improbable lector, es aficionado a la heráldica, me ceñiré al asunto), en el abandono de la costumbre octosecular de timbrar las armas papales con la tiara pontificia
o con la inmemorial de vestir en la estola que cuelga de la faja papal las armas escogidas para ser identificado durante su pontificado?
¿Adaptación a los tiempos o rendición incondicional a la mediocridad imperante?