La segunda cinta que le sugerí el lunes, improbable lector, Eroica, relata la primera ejecución por una orquesta de la tercera sinfonía (apodada Heroica) de Beethoven, en el palacio del príncipe Joseph Franz von Lobkowitz, mecenas del propio compositor.
Y al fin alcanzo el lugar al que quería arribar: a poco que se reflexione después de sentarse en el sofá a recrearse en la visión, y sobre todo en la audición, de Eroica hay que concluir que tras el abandono de lo que hoy llamamos el Antiguo Régimen la cristiandad entera sufrió un severo retroceso en todas las facetas del arte. Retroceso solo comparable al acaecido durante los siglos posteriores a la caída del Imperio de Roma.
Al utilizar la expresión Antiguo Régimen quiero referirme a la estructura económica y al sistema social vigente en Francia hasta la revolución (qué palabra más mal sonante) y en España realmente hasta la llegada de la democracia en 1975.
Ese sistema social, no voy a defenderlo válgame Dios, basaba su existencia en el miedo y la crueldad. Un miedo impuesto desde los escalones más favorecidos que relegaba al resto de la ciudadanía a una vida de penurias con escasas posibilidades reales de acceso a la cultura o de ascenso social.
Sin embargo, es innegable que el Antiguo Régimen desarrolló todas las facetas artísticas con más acierto y criterio que el Nuevo Régimen actual.
Tiene su sentido: la clase privilegiada de hace siglos tenía asegurado el sustento, no debía preocuparse por trabajar para poder comer, empleando el tiempo en recibir una educación esmerada y tendente a valorar el arte en todas sus facetas. Arte que en su condición de mecenas exigían alcanzase calidad sin necesidad de reparar en ahorros.
Siglos de miembros sucesivos de generaciones de privilegiados que vivían entre arte, que cultivaban el arte, que disfrutaban del mejor arte,
consiguieron que efectivamente, se alcanzaran los máximos exponentes de pintura, escultura, danza o música.
Con la llegada del Nuevo Régimen este proceso artístico se alteró lamentablemente. La conversión en mecenas de miembros de la clase no privilegiada, sin educación heredada a lo largo de los siglos, sin convivencia con el arte más exquisito, condujo a la situación actual. Me permitiré aburrirle con breves ejemplos, improbable lector:
Las melodías que nos impone el conjunto de emisoras que pueblan el dial de la radio del coche presentan una simpleza lamentable. Todas las canciones que se van sucediendo siguen un esquema musical invariable: letra, estribillo, nueva letra y estribillo, parte instrumental y la resolución en un nuevo poemita sin sentido y estribillo final, estribillo a veces repetido hasta concluir en un casi necesario silencio que los oídos agradecen.
El diseño melódico es prácticamente idéntico al que presentan las pocas canciones, jarchas y endechas, que nos han llegado desde el Antiguo Régimen. Cantadas invariablemente por el pueblo, no por las clases privilegiadas, claro. ¿Pueden compararse esas composiciones de cuatro minutos escasos, oídos no cultivados no admiten más esfuerzo, a cualquier movimiento de una sinfonía de Shubert, de Ludwig Van, de Mozart?
En cuanto a la pintura mejor no hablar. Qué tienen en común el retrato de la majestad católica de Felipe II pintado por Sánchez Coello
con un lienzo que presenta rayas de colores desvaídos de un afamado autor contemporáneo. Un cuadro de la clase privilegiada y en consecuencia conocedora del arte frente a la pintura del común. Uno decora, el otro desdora una pared que en su desnudez resultaría más estética.
La danza. ¿Ha reparado, improbable lector, en la similitud que presentan los bailes de nuestros jóvenes en las discotecas, esos saltos más o menos acompasados, con las danzas tribales? ¿Se puede considerar baile esa sucesión de movimientos espasmódicos si se compara con el vals que las parejas de recién casados acostumbran a practicar en las bodas?
La escultura. ¿Pueden considerarse arte escultórico las deformes estructuras que se exhiben en cualquier museo de arte contemporáneo si se comparan con las estatuas en piedra o metal que jalonan los antiguos jardines de los reales sitios? El uno es el recurso del pueblo para intentar, sin conseguirlo, adornar un espacio (lo que consigue es causar repulsión), el otro, una estatua de ejecución clásica, es no solo un motivo ornamental sino una manifestación de buen gusto.
Ya concluyo: Cuanto más se detenga a sopesar la realidad de lo que intento transmitirle, improbable lector, seguro que alcanza la misma conclusión: el Antiguo Régimen fue nefasto como sistema social, injusto y perverso, pero desde su desaparición el arte se ha resentido al haberse aceptado el criterio artístico del pueblo que, ocupado en conseguir lo necesario para el sustento, ha descuidado atávicamente el cultivo del buen gusto en materia artística.