martes, 4 de marzo de 2014

CORREGIR

Mi hijo Arturo sí que ha accedido a enfrentarse a la prueba y resultó muy inteligente.
Yo no me he atrevido. Me tengo por listo y sé que me llevaré una gran decepción cuando los test no lo corroboren.
Efectivamente, improbable lector, me refiero al examen de inteligencia que determina el cociente (según me han explicado se dice cociente, no coeficiente, porque realmente el resultado se expresa en forma de división) intelectual.
Como me tengo por listo, aunque he de reconocer que mi expediente académico dice lo contrario, me permito corregir. Resulta expuesto, porque siendo notablemente ignorante, me puedo encontrar con argumentos que desdigan lo que defiendo.
Las dos entradas inmediatamente anteriores censuraban la representación arbórea que no fuera enteramente de sinople. Y hoy vuelvo a reprender.
La manifestación pictórica de nuestra ciencia ha preferido, casi exigido, que se recurra a los modelos más arcaicos de los elementos que habiten un blasón.
Así lo pontificó el maestro de Cadenas en su indispensable Fundamentos de heráldica. La ciencia del blasón al exponer que las figuras se debían representar recurriendo a sus modelos más antiguos.
Pero no solamente debemos atender a la antigüedad en los muebles, que tiene cierto sentido, sino a recurrir a lo arcaico en nuestra propia lengua heráldica.
Así, aunque la vigencia, la permanente actualidad de la heráldica, se materialice en la perenne inclusión de elementos contemporáneos, debemos mantener la escucha y atender a quienes escribieron sobre nuestra ciencia en sus orígenes.
Don Garci Alonso de Torres fue rey de armas del rey don Fernando II de Aragón y V de Castilla, el católico, con la heraldía de Aragón.
A caballo entre los siglos XV y XVI, su vida, bastante itinerante, surgió en Sahagún, del reino de León, de donde fue nombrado regidor. Viajó por las cortes de Inglaterra, Francia, Borgoña y Flandes, donde pudo intercambiar conocimientos con los oficiales de armas de aquellos reinos, alcanzando un muy destacado conocimiento heráldico.
Su obra literaria aportó a la posteridad tres libros: Blasón d´armas, Blasón y recogimiento de armas y Blasón de armas abreviado.
Basándome en la idea expuesta más arriba sobre el acierto del recurso a lo más arcaico, a lo más antiguo, especialmente al tratarse de un reconocido sabio de nuestra ciencia, hoy pretendo llamar su atención, improbable lector, sobre un aspecto muy determinado que don Garci abordó en sus obras: la forma exacta de blasonar un mantelado.
No tengo la menor duda: si tiene la deferencia de leer estas líneas es usted, improbable lector, un conocedor de la forma de comunicación estrictamente heráldica, de la lingua blasona. En nuestra jerga, la forma de blasonar un escudo mantelado suele establecer tres cuarteles considerando el tercero, aquel que ocupa la parte inferior del escudo, como el mantel.
Pero, como exponía al inicio, creo que debo corregir. No es correcto ese blasonamiento. Siguiendo a don Garci Alonso de Torres la forma correcta es considerar el mantel, las enmanteladuras según sus propias palabras, los dos cuarteles superiores.
El más conocido ejemplo quizá sea el de los Enríquez, almirantes de Castilla. Su descripción heráldica correcta sería:
Mantelado. En campo de gules castillo de oro, con dos enmanteladuras de plata con leones de púrpura.
O bien, y con esto ya termino de aburrirle improbable lector, si los manteles fueran diferentes como en el dibujo que sigue, definiendo cada uno de ellos:

Mantelado. De oro pleno, con el primer mantel de gules, y el segundo de azur.