miércoles, 15 de octubre de 2014

VOLVER A NAVARRA

El título de hoy es falso. No, no hemos regresado a Navarra. Es una forma de hablar. De escribir, perdón. Disfrutamos allí, pasamos muy buenos ratos de jóvenes visitando el antiguo reino. Nos alojábamos en casa de los tíos de Arancha. Siempre fuimos muy bien acogidos por la familia y por el grupo de amigos de los primos con los que aún tantos años después mantenemos un contacto indirecto.
No hemos retornado a Navarra desde que el tío Javier falleció. Lo relaté hace tiempo. 
Y sin embargo he recordado Navarra como si hubiera reaparecido entre sus calles con la lectura, pausada, como requiere la ciencia de los sabios, del capítulo que el maestro Faustino dedicó a sus armas. Extraigo la píldora de hoy de su conocimiento.
Dos sucesos me han llamado especialmente la atención. Por un lado, que los reyes hispánicos contemporáneos al inicio del sistema heráldico se resistieran al uso de esas señales por considerarlas impropias de su alta condición. Señala don Faustino que en su origen la heráldica no pretendió otra cosa que identificar. Identificar al guerrero. Al guerrero en el campo de batalla. Y el soberano no era un guerrero, era el jefe de los guerreros, era el general de aquella tropa. Su posición se destacaba muy por encima de la clase guerrera. De ahí la resistencia casi de cien años al uso de emblemas heráldicos por parte de monarcas hispánicos.
Y por otro lado la fábula. La leyenda de las cadenas que conforman las armas del reino de Navarra surgió en el siglo XV. En el siglo XV, como aún hoy sucede, las armerías comenzaron a adquirir una connotación heroica, relativa directamente a un pasado glorioso, memoria de tiempos y gestas anteriores. Abundan desde aquellas calendas las fábulas que atribuyen a las más esclarecidas familias de la cristiandad antiguas hazañas extraordinarias que se plasmaron sobre las armerías justificando así su heroico origen. Pero considerar que en el siglo XIII, después de celebrarse la batalla de Las Navas de Tolosa, el rey de Navarra añadiera un trofeo a sus armerías es un disparate. Ningún caballero así actuó por entonces. La heráldica era una recién nacida de menos de cien años y no pretendía otra cosa que identificar. Ni tan siquiera identificaba entonces linajes, únicamente personas. Hasta dos siglos después, perdida su función guerrera original, ya desvirtuada, no adquiriría esa connotación de pasado heroico familiar que hoy consideramos innata a nuestra ciencia.
Nada más. Sólo recordarle, improbable lector, el mensaje que remitió don Ernesto Fernández-Xesta Vázquez, (que me ha pedido que no cuente que es marqués de la Bahía de Luzón, en la farsa del reino del Maestrazgo, y como es mi amigo no lo contaré), en relación a la conferencia programada para hoy mismo, a las siete y media de la tarde, como inauguración del curso escolar en la real de heráldica. Se celebrará en la torre de los Lujanes de Madrid que sirviera de prisión al rey francés don Francisco I. La entrada es enteramente gratuita y el asunto que se abordará, el guión del nuevo rey, promete ser interesante.