viernes, 19 de septiembre de 2014

EJEMPLAR

El, al menos hasta ayer, Reino Unido de la Gran Bretaña, quizá a partir de hoy Inglaterra a secas, (como lo conoce todo el mundo a fin de cuentas), mantiene una sabia devoción en torno a la figura de su monarca. Quien sea. El soberano que reine en Buckingham.
No en vano explicaba Shaw con bastante ingenio que no imaginaba qué reyes permanecerían en sus tronos al comenzar el año dos mil. Pero que sí que conocía cuántos existirían en el año tres mil. Serían cinco: los cuatro de la baraja y el rey de Inglaterra.
Hoy, como si fuera sábado, expongo una imagen que denota el apego del pueblo inglés hacia la monarquía:
Como habrá observado improbable lector, el mástil, del que pende la bandera que representa a toda la nación, aparece timbrado, por encima de la propia enseña nacional, con la corona que significa al soberano.
Ejemplar conducta.

jueves, 18 de septiembre de 2014

INVITACIÓN UNIVERSAL

Remite mensaje don Ernesto Fernández-Xesta. En él convoca al acto de apertura de la Real academia de heráldica. Acto que, como es costumbre, consistirá en la exposición de una conferencia.
Apúnteselo, improbable lector, en su agenda. Se celebrará el miércoles, día quince de octubre. Efectivamente, el día de santa Teresa, patrona de Intendencia.

Las que siguen son las palabras de don Ernesto.

Queridos amigos:
Os adjunto invitación para el Acto Público de Inauguración del Curso Académico 2014-2015 de la Real Academia Matritense de Heráldica y Genealogía, que se celebrará, Dios mediante, el día 15 de octubre de 2014, a las 19:30, en la sede de la Real Sociedad Económica Matritense de Amigos del País,(Torre de los Lujanes, plaza de la Villa, 2), interviniendo el Numerario de la Real de la Historia y de la Corporación matritense, Excmo. Sr. don Hugo O'Donnell y Duque de Estrada, duque de Tetuán, que disertará acerca de El guión de S. M. el Rey de España, Don Felipe VI.
Saludos afectuosos,
Ernesto

CONTINENTE REAL

Nos dejamos influenciar por los que ocupan los puestos más altos de la sociedad.
Entre otras manifestaciones de esa influencia, de mucha mayor importancia, se encuentra el tipo de bebida espirituosa que se consume de forma mayoritaria. 
Si la élite consume una bebida, el pueblo imita la costumbre y además se las da de entendido en la materia. Qué afán por aparentar tenemos todos, ¿verdad?
Cuando era joven (sí, lo fui, no nací así de viejo) (y no, no estuve en el Arca de Noé) (¿cómo que entonces cómo me salve?!) lo que se llevaba, la moda, era practicar el ocio regándolo con whisky.
Años después lo más elegante fue el ron.
Hoy causa furor, y un poco de tontería snob también, según me explicaba recientemente doña Elisa Campos Gómez, baronesa de Pertinaz Diversión en el reino del Maestrazgo, la ginebra mezclada con tónica. Bueno, con tónica y con toda una variedad de aditivos que permiten pasar a las copas sin probar el postre porque el gintónic más exclusivo contiene ahora una macedonia de frutas flotando en su interior.
Yo no. Sigo fiel al whisky. No es por snobismo. Ni por nada especial. Simplemente me gusta más que el resto. Lo consumo por descarte.
En cambio, algunos de mis compañeros de tertulia heráldica, y ciencias afines don Fernando de Arco, y ciencias afines, sopesan la posibilidad de pasarse al tequila.
La razón no proviene de la moda, que si es moda es necesariamente pasajera. No. La razón le resultará evidente, improbable lector, cuando observe el continente.
Si se acerca a este tedioso blog es porque es usted, improbable lector, aficionado a la heráldica. Si es aficionado a la heráldica necesariamente, es un hecho empírico, es usted una persona decente. Y si es decente (ya termino el silogismo) ha de ser monárquico.
Nuestra constitución titula su segundo capítulo, que regula la monarquía, no con ese nombre, sino con el del tocado que la representa: la corona.
No sigo. Muestro el continente anunciado y juzgue usted mismo, improbable lector, la posibilidad de pasarse al tequila:

miércoles, 17 de septiembre de 2014

REMEDOS

Cada vez veo más cine. En casa claro, lo exiguo del sueldo no da para alardes de visitas a las salas de proyección. Y en familia. Palomitas de microondas incluidas. Me parece un ejercicio sano porque luego comentamos la película y los padres aprendemos acerca de cómo piensan nuestros hijos. (A veces con verdadera sensación de alarma).
Una de las más recientes que hemos visto (bueno, realmente la terminé yo sólo porque la cinta es floja) es la titulada “La dama de hierro”. Sí, ésa, la de la vida de Margaret Thatcher, cuyas armas, una vez ennoblecida fueron las que siguen:
Todos recordamos el pulso que sostuvo contra la industria minera de su país. Permitió que una huelga se alargara durante meses con los disturbios consiguientes. Su afán era conseguir que su nación adquiriera un tejido industrial basado en la tecnología, no en una minería que resultaba propia de naciones del tercer mundo. Y lo consiguió.
Margaret Thatcher se mantuvo once años como primera ministra. Abandonó el cargo no a consecuencia de derrota electoral sino por la pérdida de confianza de sus propios compañeros de partido.
En un momento cercano al final de la filmación, en el marco de una gran sala en la que se celebra un consejo de ministros, Thatcher les reprende con palabras similares a las que siguen: Entiendo perfectamente sus complejos y su consiguiente desidia. Ustedes no han escalado puestos para llegar hasta las sillas que ocupan en esta sala de ministros. Han accedido sin esfuerzo porque ese duro trabajo ya lo realizó algún antepasado suyo, del que ustedes ostentan el título nobiliario. Pero yo no, yo soy hija de un tendero y he escalado cada puesto, sin deber nada a nadie, con voluntad y con perseverancia en la obligación que la ciudadanía me ha encomendado.
Es esa la idea que hoy quiero trasmitir: para alcanzar algo, hay que ganarlo. Con trabajo y esfuerzo. No remedarlo sin aportar mérito alguno.
Expuse no hace mucho una idea: la uniformidad que ostentan tanto los autodenominados Reales tercios, como la corporación de san Lázaro, llaman al equívoco. Pretenden parecer militares sin serlo. Sin esfuerzo. De forma fácil.
¿No está de acuerdo conmigo improbable lector? De alguna forma dan a entender que el uniforme militar no es ya la expresión exterior de la disciplina interior y del empeño por realizar la labor encomendada lo mejor posible. Al contrario, parecen manifestar que vestir uniforme castrense es propio de fiestas de dudoso gusto, de actos que recuerdan con cierta sorna una verdadera reunión militar. Insisto: se uniforman con atuendo que llama al equívoco, por recordar vivamente un uniforme militar, pero no realizan el esfuerzo por alcanzar a lucirlo por derecho, estudiando con denuedo hasta obtener plaza en cualquier oposición a los ejércitos.
El último Atavis, remitido por el conde de los Viñedos de Zenda, mi admirado maestro don José María Montells Galán, hace extenso alarde de la nueva uniformidad que deben vestir los caballeros de la tan insigne y caritativa corporación de san Lázaro. 
Uniformidad que recuerda perfectamente la de etiqueta del Ejército de Tierra. Con sus divisas en la bocamanga y todo. 
La de los denominados Reales tercios es aún más parecida, más equívoca.
Y hasta imitan el saludo militar:
Añadiría otra idea a la anterior, aunque en realidad es la misma: ¿ha reparado, improbable lector, en la cantidad de condecoraciones que se lucen sobre esos pseudouniformes militares de los que he hablado en los anteriores párrafos? ¿Cuáles son los méritos constatados para vestir tantos kilogramos de medallas?
El sentir de la familia castrense entera es simple: las condecoraciones se ostentan únicamente si se ha alcanzado el mérito para poder exhibirlas con orgullo.
Y es que el dialogo entre un verdadero militar, (con tan sólo una o dos medallas después de treinta años de servicio y un par de misiones de varios meses en Asia) y un caballero de alguna de esas corporaciones, con el pecho cuajado de metal rimbombante, podría ser similar a esto:
-¿Y todas esas medallas de qué son?
-Ya ves.
-Esa gran cruz roja, por ejemplo ¿qué has hecho para ganarla?
-Bueno, en realidad significa que soy caballero de la orden de la Zambomba Inconclusa.
-Ah (silencio). Oye, ¿y qué méritos hiciste para pertenecer a esa orden?
-Pues mira, pagar para ingresar. En fin, esto…bueno… bonita fiesta ¿eh? ¿oye, te he presentado al marqués de Álamo Estrecho?
Imagine la cara del verdadero militar. (Y la del que se uniforma, sin fundamento, con mucho aparato)
Bueno, ya termino. No hay que demonizar. Evidentemente. Cada cual que se comporte como le dicte su conciencia. Pero, convendrá conmigo improbable lector en la idea: no hay que hacer lucimiento de lo que no se ha ganado con esfuerzo, más parece burla que homenaje.

martes, 16 de septiembre de 2014

SAGRADA FAMILIA

Considero el verano una etapa desagradable. Intento pasar de puntillas por esta estación. Mudo mis costumbres lo menos posible. Y es que tiene algo de desorden, de caos, de falta de rigor, de indisciplina, de ausencia de horario. Prefiero la rutina.
Sí, lo sé, ya explicó Wilde que la constancia, la rutina, el orden... eran los hábitos de aquellos que son aburridos y de los que carecen de imaginación. Sin embargo manifiesto mi preferencia por el ritmo cotidiano del curso que me resulta más militar, más disciplinado. Aborrezco la etapa estival. 
Este verano (que gracias a Dios ya concluye) acudimos la familia al completo, bueno sin nuestro perro Perro, a la residencia en la que desde hace ya siete años, habitamos uno de cada veinticuatro días del año natural. Efectivamente, improbable lector, muy cerca de Barcelona. La novedad principal, aparte no coincidir con los Prados, marqueses del Terreno de Trigueros en el reino del Maestrazgo, consistió en que al fin visitamos la Sagrada Familia. Sí, es verdad, tendríamos que haber acudido antes, pero los veranos son así, caóticos.
La Sagrada Familia nos pareció grandiosa, sin duda, como grandiosas son todas las obras del arquitecto Gaudí.
Hoy, que no he podido redactar por acudir con mi santa esposa a escuchar un cuarteto de cuerda, rescato una antiquísima entrada relacionada con el asunto y añado una curiosidad:
El palacio episcopal de Astorga, en la zona leonesa del Bierzo, patria chica del conde del Órbigo, es un edificio absolutamente grandioso. Lo ordenó construir, tras incendiarse en 1886 el anterior, el entonces obispo de Astorga, monseñor Juan Antonio Grau, natural de Reus. Las armas de este prelado aparecen en tres de las cuatro fachadas del colosal edificio.
Hacia la mitad de la altura del conjunto. Diseñado por don Antonio Gaudí, de venerable memoria, el prelado que lo encargó no pudo disfrutar de su conclusión. Fue inaugurado en 1913, siendo prelado de Astorga monseñor Julián de Diego y Alcolea. Las armas de este último obispo aparecen en la cuarta fachada, que realmente es la principal, en el tímpano cercano a la cubierta.
Termino con una anécdota: Gaudí falleció a consecuencia de las heridas causadas por atropello de un tranvía. El rey carlista en el exilio, en fecha cercana, igualmente murió atropellado por un camión. El genial Max Jacob también fue atropellado en 1920, en París. Este último dejó escrito, con su habitual humor, que siempre había deseado conocer qué aspecto tenían los automóviles vistos desde abajo. No obstante no fallecería hasta 1944, a consecuencia de otro atropello: el realizado por el nazismo contra los judíos.
¿Cómo es que tantos personajes resultan atropellados por los vehículos a motor en esa etapa histórica?
creo que la respuesta es bien simple: aún no se había inventado el paso de peatones.

lunes, 15 de septiembre de 2014

BANDA EN ECHARPE

Remite unas líneas el barón de la Bahía de Cartagena en el reino del Maestrazgo, don José Antonio Padilla Solano, cuyas armas anteceden, ahondando en el asunto de la banda de gran cruz.

Hola José Juan:
A tenor de tu entrada sobre cómo se visten las grandes cruces sobre vestimentas eclesiásticas, quería comentarte que del mismo modo se visten sobre el traje académico, esto es, en echarpe.
Como una imagen vale más que mil palabras, una muestra. Otra. Una más. Y esta otra.
Y este simpático cuadro muestra un pequeño equívoco ya que, la banda de Gran Cruz es diferente si se viste terciada que si se viste en echarpe. Debe admitirse que el equívoco no sería tan gracioso de no ser por la pose del retratado, que ayuda, en mucho, a la sonrisa de quien tenga una noción básica de falerística.
Un abrazo,
José A. Padilla