Hoy pretendo aburrirle brevemente, improbable lector, ahondando en la anterior entrada. Ayer pretendí explicar el concepto que nuestra ciencia atribuye a la palabra linaje: descendencia de un individuo determinado.
Aludí sin mucho acierto a la expresión que usan los evangelios para referirse al Maestro: Jesús, del linaje de David.
Y reflexionando después de unas cervezas con los compañeros de trabajo comprendí cómo debería haber concluido el texto de ayer: La conclusión lógica hubiera sido determinar cuáles eran las armas que correspondían por linaje a Jesús nuestro Maestro.
Evidentemente esta reflexión solamente es posible después de alcanzar un razonable porcentaje de alcohol en sangre porque entonces, es una obviedad, la heráldica no había visto la luz. Eran aún tiempos oscuros.
Como ya sabe, improbable lector, la tradición ha atribuido armas a los más variados personajes históricos que habitaron los tristes tiempos preheráldicos. El rey David de la mitología judeocristiana, el vencedor del gigante Goliat, no fue una excepción. Se le atribuye una lira de oro en ocasiones acompañada de una honda.
Y hay más: si el reino de Georgia volviera a la razón y reclamara a su rey que tornara a ocupar el trono de sus antepasados, las armas del monarca presentarían un cuartel con la lira y la honda, las atribuidas al bíblico rey David.