Hace un porrón de años, siendo niño aún (tampoco es
que haya madurado intelectualmente mucho desde entonces) en la Obra del Único
me explicaron que había que evitar la palabra yo. Si se evitaba la palabra yo
se hablaba de los demás y resultaba más fácil olvidarse de uno mismo.
Así que hoy, aunque empiece la entrada hablando
de mí mismo evitaré esa expresión. En cualquier caso, (no se debieron dar cuenta
en el Opus del Sublime), como nuestro idioma conjuga los verbos, no es necesario
prácticamente el uso del yo.
Tengo la suerte de contar con
dos hijos positivamente magníficos, de verdad: Arturo, de quien todo el que lo
conoce alaba su esmeradísima educación y su correctísimo y agradable trato contando tan solo con quince años; y Almudena que, además de su belleza (es
digna hija de su madre) exhibe un buen humor envidiable (tengo que insistir, es
que es digna hija de su madre).
La lástima es que a pesar de
mis continuas charlas en familia sobre asuntos relacionados con la heráldica,
aunque sea de forma colateral, ninguno de ellos muestra el menor interés por el
asunto.
Adopté armas hace ya algunos
años. Las conoce perfectamente improbable lector.
Los pocos que entienden su verdadero sentido, su
significado, dicen que es mejor que no lo revele porque se perdería el misterio
que surge alrededor de los posibles motivos que condujeron a su elección. Y
consideran que es mejor que permanezca así, latente, oculto, escondido.
Significación de armerías que, en consecuencia, se irá conmigo (huy, casi uso la
palabra yo) a la tumba.
Y no solo el sentido. Mis armas morirán conmigo porque a mis hijos no les veo siguiendo el camino que conduce a
mantener un escudito que, estoy convencido, les resulta una sandez. Y está bien
que así sea. Intentar perpetuar las aficiones en los hijos carece de sentido.
Ellos sabrán encontrar distracciones acordes a sus gustos.
Nuestro santo patrón redactó e ilustró un completo libro para demostrar que la excepción en materia de esmaltes de sus propias armas era frecuente. En mi caso, no podré recopilar material para un libro que exhiba armas que presenten particiones adiestradas. No son desde luego habituales. Por no decir prácticamente fallidas, inexistentes, nulas.
He descubierto únicamente un caso. Recientemente. Facebook es últimamente una mina de hallazgos heráldicos. Y este es el lugar al que pretendía hoy desplazar su atención, improbable lector: las armas que ha adoptado como prelado el italiano don Adelio Dell´Oro.
Seré
breve. Monseñor Dell´Oro fue consagrado obispo recientemente para trabajar en el servicio diplomático, siendo en consecuencia no
ordinario sino titular de la extinguida diócesis de Cástulo en el reino de
Jaén, hoy Andalucía.
(El vídeo de la ceremonia de consagración episcopal, por si es de su interés improbable lector, puede ser consultado en este enlace)
(El vídeo de la ceremonia de consagración episcopal, por si es de su interés improbable lector, puede ser consultado en este enlace)
Sus armas se podrían blasonar como un campo de azur con dos lises de oro
puestas en faja, surmontadas de un sol de oro. En punta dos brazos de
carnación, vestidos de gules, nacientes de los flancos, estrechándose las
manos. Adiestrado de plata con cruz llana de gules.
Explica don Andrew Martin Garvey en la revista italiana de heráldica Sul
Tutto, que el adiestrado representa la diócesis de origen del nuevo obispo,
Milán. En coincidencia con lo que pudiera interpretarse que pretendo representar en mis propias armas, el
resto del escudo debe leerse desde abajo hacia arriba: El lema significa que
todas las cosas hablan del Único. Las manos estrechadas, que se blasonan como
fe (no lo había leído nunca) representan eso, la fe, claro. Las lises recuerdan
la intercesión de María Santísima. Manos y lises que conducen a Dios representado por
el sol en su esplendor.