Como sin duda ya sabrá, improbable lector,
las armas que se toman por identificativas de un título nobiliario son las que corresponden, por adopción o por sucesión, al primer poseedor de la merced nobiliaria.
Ese privilegio posee absoluto sentido: Recuerde la anécdota referida a la
primera ceremonia en palacio a la que acudió el recién creado Príncipe de
Vergara, el general Espartero. Un grande de España se acercó de buena fe a
felicitarlo. Y la respuesta del militar fue contundente: -amigo duque, no crea
que ahora soy igual que usted; soy igual que su antepasado, el que consiguió el
título para su familia.
Efectivamente, aquel que consigue por su
ejemplar devenir vital un título
nobiliario posee, lógicamente, el derecho a elegir las armas que se perpetuarán
en la posesión pacífica de la merced nobiliaria.
Esta semana me he reencontrado con los Cuadernos de Ayala que prácticamente
tenía olvidados, y tras el presente heráldico
de sus majestades los reyes de oriente, a su paso por el principado de Cataluña,
también me he deleitado con el Repertorio
de Títulos de aquellos lares.
Y convendrá conmigo, improbable lector, en
que es cuanto menos sorprendente que ambas publicaciones, insisto
improbable lector: ambas, me han sorprendido con unas armas atribuidas al
marquesado de la Floresta que desconocía.
Así, uno de los más recientes Cuadernos de
Ayala que el propio Alfonso Floresta ha fijado en la red, atribuye al
marquesado un muy distinguido escudo: en campo de oro, chevron de gules, acompañado de tres granadas de
sinople, rajadas de gules.
Y por su parte, el Repertori dels títols del que
se hacía especial mención ayer mismo por su brillantez, igualmente atribuye al
marquesado de la Floresta un muy elegante chevron de gules en campo de oro, con tres granadas de
sinople, rajadas de gules.
Y entonces, ¿por qué la red, y yo mismo, le
asignamos otras armas, del todo distinguidas es verdad?: un campo de plata
cargado de tres fajas de sable, con bordura componada de gules y oro.
Puedo intuirlo: al ser poseedor en
la actualidad de dos títulos ha preferido optar por el que siempre se consideró de
mayor entidad histórica: el vizcondado de Ayala, que con tanta dignidad ostentó previamente su egregio padre. Y ese título debe de traer por armas las blasonadas hace unas líneas.
Pero, y ya concluyo, ¿por qué no asume, don
Alfonso, las armas del título por el que siempre será conocido entre todos
nosotros y con el que pasará a la posteridad?
Efectivamente, es meterme en lo que nadie me llama pero ¿no ha considerado adoptar, al menos en escusón, las armas del marquesado por el que, tras años de ejercicio, será recordado en la posteridad?
Efectivamente, es meterme en lo que nadie me llama pero ¿no ha considerado adoptar, al menos en escusón, las armas del marquesado por el que, tras años de ejercicio, será recordado en la posteridad?