miércoles, 8 de enero de 2014

REDUNDANCIA

Me explicaban nuestros amigos don Antonio Bartolomé Alemany, conde las Reales Huertas y marqués consorte del Real Recurso y doña Esther Nieto Bueso, marquesa del Real Recurso y condesa consorte de las Reales Huertas entre cerveza y cerveza, que ya nos vale, que este tedioso blog que está leyendo, improbable lector, era solo fumable cuando hablaba de cosas que no se relacionaban directamente con la heráldica. Que resultaba ameno únicamente cuando lo que contaba eran anécdotas variadas.
Hoy no hablaré de heráldica. Hablaré del uso de los distintivos de las órdenes. 
Llevo ya sobre mis espaldas más de veinte años de vida militar. Y al estar destinado en una Unidad perteneciente al que se denomina Órgano Central convivo laboralmente con miembros de los tres ejércitos.
Existen estereotipos que suelen cumplirse. Como cualquier prejuicio es injusto y siempre habrá muchas excepciones. Pero mi experiencia me hace ver a diario que se cumple el axioma. 
 
Los integrantes del Ejército de Tierra son los más militares: les gusta dar taconazos; no se olvidan jamás de preguntar a un mando si ordena alguna cosa al retirarse; y les cuesta tutear a un compañero con un empleo superior. 
En la Armada la educación es el principal protagonista y siempre es fácil convivir con ellos. Claro, en el espacio escaso de un buque necesariamente el trato debe ser exquisito: jamás hablará un miembro de la Armada con un superior si no se dirige antes a él; no olvidará nunca un tratamiento debido; y no cesará en la conversación de repetir el empleo del superior aunque le tutee.
 
El Ejército del Aire es el más campechano: el tuteo es constante, aunque siempre respetuoso; a la hora de trabajar, que se trabaja y mucho, lo que prima es precisamente eso, el trabajo, frente a los tratamientos militares.
 
Y lo más curioso que he podido constatar es que esos tipos de comportamiento se alteran al ocupar destino en una unidad determinada: en la Guardia Real.
La Guardia Real cuenta con integrantes de los tres ejércitos y de la Guardia Civil. Pero el modelo de comportamiento se altera, se modifica, muda su conducta inicial para convertirse en unánime entre todos los integrantes de la Guardia, procedan del ejército del que procedan. Por supuesto es un prejuicio y las excepciones existirán. Pero el modelo se repite: Seriedad.
 
Sí, improbable lector, evidentemente es una opinión personalísima, pero los miembros de la Guardia Real resultan serios. Cercanos y cordiales, pero serios. Seguramente tienen sus motivos para adoptar ese carácter: se les exige una  impecable forma física; los meses de verano los emplean en guardar a la real familia en su merecido descanso; participan en muy frecuentes  ceremonias castrenses; y deben tratar con jefes de Estado extranjeros y sus familias infatigablemente.
 
Pero esa seriedad, he podido también apreciar, se acompaña de forma invariable de una gran capacidad de trabajo; una disciplina inquebrantable, manifestada especialmente en el ámbito laboral; y una lealtad que resulta ejemplar para el resto de la familia militar.
Lo que hoy pretendo con esta ya larguísima entrada, improbable lector, es llamar la atención de los asesores de imagen de nuestro monarca. Asesores que, imagino, al menos en asuntos relacionados con la uniformidad de su majestad, serán compañeros militares de la Guardia Real.
 
Y es que al disponer una de las imágenes de nuestro monarca hace unos días, para ilustrar la entrada relativa a la orden sueca de los serafines, advertí un posible error. Un suceso que seguramente ha pasado inadvertido y que pudiera no ser del todo correcto. Quizá el que esté equivocado, es lo más probable en realidad, sea este redactor. Pero, por si puede ser de ayuda lo transmito. 

La orden de Estado española denominada de Carlos III admite cinco categorías de pertenencia. La máxima jerarquía se denomina collar. Se califica con ese nombre porque efectivamente, el distintivo de esa categoría es un collar de ricos eslabones que muestran diferentes motivos históricos. No obstante, y según establece el apartado octavo del artículo undécimo del decreto que regula la orden, dado que es poco habitual vestir atuendo adecuado al uso del collar, puede ser sustituido por el uso de una banda que se acompañará necesariamente de una gran cruz. 
(Banda que, por su color azul claro, no será confundible con la que signifique la pertenencia a la orden en la categoría de gran cruz, que se coloreará también de azul claro pero con una banda central blanca).
En consecuencia, el uso de la banda azul claro, que tan comúnmente lucen nuestros monarcas y el príncipe de Asturias, es manifestación abreviada de la categoría de collar. Pero, si efectivamente se usa el collar ¿qué sentido tiene disponer también la banda que lo significa?
 
Es este el punto al que quería llegar hoy después de tan larga y tediosa exposición. Nuestro rey, al menos en los tres enlaces matrimoniales de sus hijos, en la boda de la infanta doña Elena,
de la Infanta doña Cristina
y del Príncipe don Felipe, 
ha lucido el collar de la orden sobre la banda que lo significa.
¿No deberían los compañeros militares de la Guardia Real encargados de indicar al rey las condecoraciones que debe usar en cada acto sugerir que el uso del collar no admite la redundancia de la banda que lo significa?