Es costumbre, que no norma, que si se desean representar en el interior de una boca de escudo los cuatro primeros linajes a los que se pertenece por herencia se dispongan de una forma peculiar. Se recurrirá habitualmente al cuartelado en cruz y se dispondrán las armas heredadas por vía paterna en los cuarteles primero y tercero y las recibidas de vía materna en los cuarteles segundo y cuarto. De esta forma, se conseguirá un blasón con las armas del padre partido de las armas de la madre.
Pertenezco a una única institución de caballería. Mi apreciación sobre este asunto es personal y discutible, desde luego: aunque amables amigos me han animado a ingresar en otras agrupaciones de caballeros he declinado el ofrecimiento. Ya he sido armado caballero. Ya soy caballero y no necesito volver a ser armado en otra orden. Se es caballero de la orden de caballería. Así, tal cual. No hace falta añadir de la orden de Malta o de la constantiniana de España, o de la de san Lázaro bendito. No. Se es caballero debidamente ordenado y punto. Insisto en que esta apreciación es del todo personal.
Y además, para los usos y costumbres de esta villa y corte en la que trabajo y habito a tiempo parcial, con pertenecer a una única corporación es suficiente. Pretender ser miembro de cuantas más órdenes mejor no aporta nada. No se alcanza una utilidad marginal superior por añadir una nueva muesca al registro de corporaciones de caballería de las que se es miembro.
Ese afán acumulativo de pertenencias a instituciones se me antoja enfermizo. Y caro. En cualquier caso, insisto: cada cual que se conduzca como se le antoje. Si a usted improbable lector, considerarse miembro de dieciséis corporaciones le parece oportuno, no soy quien para corregir nada. Pero a mí el asunto no me estimula.
Toda esta absurda diatriba en la que acabo de enfangarme no pretendía otra cosa que recordarle que fui armado caballero en noviembre de 2009 en una ceremonia de cruzamiento organizada por la Real hermandad de caballeros de san Fernando.
La hermandad mantiene y propicia una especial devoción al que fuera rey de Castilla y años después de León que hoy conocemos como Fernando III, el santo.
Nuestro rey santo, (no son abundantes los monarcas en el santoral cristiano), como ya sabe improbable lector, fue rey de Castilla desde 1216. Sin embargo, dado que su padre era el rey de León don Alfonso IX, se armó correctamente con las armas de su familia paterna.
La paradoja debió de ser chocante para sus súbditos, especialmente al considerar que las tropas de ambos reinos se enfrentaron en batallas. Cuando en 1230 sucedió a su padre dispuso sobre sus armas un cuartelado, (primer uso en la cristiandad entera de esta partición heráldica para combinar dos armerías) disponiendo, erróneamente según los usos actuales de la distribución de cuarteles, las armas recibidas de la madre en los cuarteles primero y cuarto, dejando el segundo y tercero para las armas paternas.
Lo correcto, teniendo en cuenta que entonces únicamente se poseía un apellido hubiera sido disponer las armas del reino de León, heredadas por vía paterna, partidas de las recibidas desde el lado materno, las armas de Castilla.
O bien, de haberse preferido un cuartelado: en los cuarteles primero y tercero se hubiera debido plasmar el león y en los numerados en orden par las armas de Castilla.
O bien, de haberse preferido un cuartelado: en los cuarteles primero y tercero se hubiera debido plasmar el león y en los numerados en orden par las armas de Castilla.
Sí, sí, lo sé. Efectivamente el cuartelado que diseñó la curia del rey san Fernando no buscaba una corrección heráldica familiar. No. Pretendía una equiparación de ambos reinos, una igualdad heráldica, al conceder a Castilla el primer y último cuarteles y a León los intermedios.
El asunto de la disposición de los reinos sobre un escudo se pactó de la misma forma en la concordia de Segovia, en la que se estipularon las armas que adoptarían conjuntamente los soberanos de Aragón y Castilla.
El blasón creado debía haber reflejado una disposición diferente al muy conocido escudo de los reyes católicos, reservando para el rey don Fernando la parte diestra del blasón y dejando a la reina doña Isabel la partición siniestra, o bien, de haberse optado por la disposición en cuartelado, acumulando en los impares las armas del aragonés y en los cuarteles segundo y cuarto las de la castellana.
Y es que me consultaba recientemente un compatriota (de España, no del reino del Maestrazgo) a través del correo asociado a este tedioso blog, y con esto ya termino, cómo debía disponer las armas que venían usando sus progenitores si deseaba ordenarlas en un cuartelado que mostrara sus cuatro costados. El recuerdo de la disposición tanto del cuartelado de Castilla y León como del blasón de los reyes católicos llaman efectivamente al engaño. Pero no, no es la forma correcta, o al menos habitual, de disponer las armas heredadas. Los cuarteles de la parte siniestra se deben asignar al varón y los de la diestra a la mujer.