Me explicaban recientemente mis amigos don Jorge Gómez Martín y doña Ana García Pardo, marqueses de Las Tablas en el reino del Maestrazgo, que si por humano entendemos perteneciente a la taxonomía Homo Sapiens, los Neardenthales no
fueron humanos. Constituían otra especie. Parecida a la nuestra, pero con
cromosomas diferentes.
Sin embargo, explican los antropólogos que los estudian, que enterraban a sus muertos, que los sepultaban con sus objetos personales más
queridos y que adornaban sus tumbas con flores.
Paradójicamente Poe, Edgar Alan Poe, además de narrador de
novelas cortas de terror psicológico, fue poeta. Y poeta debió de ser el individuo que, por
espacio de sesenta años, acudió a su tumba en Maryland para depositar tres
rosas y una botella de cognac con la que brindaba ante el monumento mortuorio
del escritor la noche previa a la celebración del aniversario de su nacimiento.
Hoy retomo la entrada de ayer mismo para exponer concisamente la identidad de un monumento mortuorio que no se adorna con flores ni cognac sino con una espada.
Efectivamente, improbable lector, buena memoria. Se
encuentra en la catedral, de rito anglicano, de Glasgow.
Sirve de homenaje a un teniente, natural de aquel lugar, Robert Burn Anderson, quien falleció prisionero de las tropas chinas en 1860 a consecuencia del maltrato recibido en cautividad.
El monumento manifiesta el acierto de simbolizar el arrojo militar y la gloria alcanzada a través de una muerte acaecida en cumplimiento de la obligación encomendada.
El monumento manifiesta el acierto de simbolizar el arrojo militar y la gloria alcanzada a través de una muerte acaecida en cumplimiento de la obligación encomendada.