Efectivamente, me agrada escribir. Lamentablemente carezco de tiempo. Hoy propondré a su aburrida atención, improbable lector, tan sólo unas imágenes.
Hacen referencia a las armas de la diócesis norteamericana de Helena, en el Estado de Montana. La regla heráldica por excelencia, aquella que impide disponer metal sobre metal o color sobre color, se incumple por convenio aceptado universalmente cuando el campo del escudo se define a partir de particiones regulares que combinan, como es preceptivo, color con metal.
Así, un campo burelado, jaquelado, barrado o chevronado, admitirá por acuerdo que el mueble que se disponga brochante pueda tintarse de cualquier esmalte heráldico, desoyendo la norma. Tal es el caso de la diócesis de Helena.
Se trata de un elegante chveronado de plata y sinople, en el que resuenan muy vivamente las montañas que rodean la ciudad. Chevronado cargado de una corona real antigua de oro, mueble que significa con acierto a santa Helena, y de una cruz ancorada que atraviesa el aro de la corona, también de oro.
Dos muebles de oro sobre un campo de plata y sinople. Pero la regla no se incumple. Sin duda unas armas muy bien concebidas en su pretendida significación y, en su simplicidad, del todo distinguidas.
Sí, sí, lo recuerdo, improbable lector, nuestro santo patrón el arzobispo Bruno Bernard Heim regaló a la cristiandad entera la redacción e ilustración de un libro para demostrar que el criterio de disponer metal sobre metal no se cumple en multitud de armas de notable antigüedad.
Pero en el caso de las armas que hoy propongo, me refiero a los jaquelados, burelados, palados y demás, no se incumple la regla: el metal se dispondrá correctamente sobre un campo de metal y lo mismo ocurrirá con los colores.