Escritores de verdadero renombre nunca fueron elegidos.
Por el contrario, consensuados mediocres ocuparon sus sillones letrados.
La academia,
así tal cual, la academia, que es como el común conoce a la Real Academia
Española de la Lengua trae por lema secular: limpia, fija y da esplendor.
A mi juicio no limpia y mucho menos da esplendor, el
esplendor se lo otorgan quienes merecen acceder y no aún no cuentan
con amigos en el interior. Pero fijar sí que fija. Fija el idioma y así, el
conjunto de la ciudadanía recurre a su diccionario para conocer cómo escribir cualquier
voz infrecuente.
Aprovechando la noche del sábado para recorrer la zona de Huertas, entre caña y caña, discutíamos doña Paloma Guibelalde Recuero (que es baronesa de las Reales Artes en el reino del Maestrazgo), el conde del Real Proyecto y Arancha y
yo, sobre cómo se escribía una expresión. Había redactado en la entrada anterior
huy y me aseguraban los tres que no,
que se escribía como ay: uy.
Como ahora la conexión a la red viaja en nuestro
teléfono móvil, para dilucidar la cuestión recurrimos al diccionario de la
academia que fija, siempre con notabilísimo retardo, la forma escrita del
idioma: y resultó que todos teníamos razón. Se debe escribir huy, pero se admite uy.
Y para
celebrar el acierto de los cuatro qué mejor que otra ronda. La resaca que hoy padezco
no me va a permitir contar nada más. Sabrá disculparme, improbable lector.
Mañana prometo aplicarme a mi pasatiempo y redactar algo interesante.