martes, 28 de enero de 2014

BANDA

Como todos los blogs hermanos de quienes tanto aprendo se hacen eco de la noticia me animo a exponerlo también, aunque ahondando en lo superfluo, claro, lo mío es más el chascarrillo fácil y la frívola anécdota.
El extinto reino de las Dos Sicilias, de gran tradición católica, es conocido internacionalmente por ser el lugar donde se originó y desde el que se exportó al mundo lo que los nativos del lugar llaman la cosa nostra y el resto de la humanidad la mafia.
Reino cuya titularidad en el exilio es demandada por dos príncipes: el español duque de Calabria
y el italiano duque de Castro.
El pretendiente español, el infante don Carlos de Borbón-Dos Sicilias, basa su reclamación dinástica en la supuesta invalidez del documento que firmó su abuelo, ya desposeído de su reino, para casar con la entonces princesa de Asturias. El documento se llamó acta de Cannes. En él renunció para sí y sus sucesores a la titularidad de la dinastía. Acta de renuncia que fue desobedecida por los descendientes del firmante.

Para intentar vestir de legalidad esta pretensión se llegó a solicitar informe al Consejo de Estado de España, que sentenció que el acta de Cannes carecía de validez jurídica, estimando que debía ser considerado el infante español el pretendiente de mejor derecho al extinguido trono de Dos Sicilias.
La validez de la opinión del Consejo de Estado de España dictaminando sobre un desaparecido reino extranjero hoy integrado en Italia, es idéntica a la que pudiera emitir un tribunal italiano que sentenciara quién posee en la actualidad el mejor derecho a la corona de Navarra.
En cualquier caso, los demandantes del trono de Dos Sicilias han firmado un pacto.
Esta alianza se hubiera materializado, de haber sucedido hace escasos siglos, con el arreglo matrimonial del nieto del duque de Calabria con la hija de más edad del duque de Castro.
En fin, desconozco por completo los detalles pero imagino que algo bueno aflorará del asunto. A poco que se reflexione se puede concluir con una generalización: cualquier forma de acuerdo es siempre un paso adelante en la convivencia. Pero no es este el asunto al que hoy quería dedicar el texto. Prefiero lo superfluo:
De la recién estrenada alianza familiar entre los Borbones-Dos Sicilias, que en nada afecta a estos reinos que hoy se llaman España (salvo que al crearse un oligopolio el acceso a la orden constantiniana subirá de precio) me quedo con las magníficas composiciones heráldicas que han servido para ilustrar las entradas que analizaban la cuestión en las páginas de los compañeros heraldistas redactores.

La primera de ellas procede de las acuarelas que con tanta habilidad esgrime el maestro don Marco Foppoli:
Presenta la venera de la orden constantiniana sobre el campo de plata de la enseña del reino, acolando las armas dinásticas que, estampadas sobre tela, expresaron la bandera de las Dos Sicilias.
La segunda producción heráldica viene de la docta mano del maestro don Carlos Navarro. La presentación es inversa. Dispone las armas dinásticas en primer lugar y en un campo del azur que distingue el hábito de la orden, la venera constantiniana.
Las dos extraordinarias imágenes coinciden en acolar las armas del rey en el exilio, las armas dinásticas, con aquellas de la orden más señalada del reino, queriendo de alguna forma ubicar a igual altura ambos blasones.
Esta estructura heráldica no es nueva. En el reino de Castilla se vivió durante décadas una manifestación similar.
Como recordará, improbable lector, en el entorno de los siglos XIV y XV, la etapa de más virulencia social de nuestra ciencia, los reyes castellanos comenzaron a distinguir las armas que habían recibido de sus antepasados, el célebre cuartelado, considerándolas propias del reino, 
de aquellas otras, de nueva creación, que representaran verdaderamente al rey: la orden de la banda.
Se trata de un caso análogo al que ocurrió en la corona de Aragón escasas décadas después. En esos Estados, se prefirió dotar no al rey, sino al reino de unas nuevas armerías. Al efecto se creó el conocido escudo de la cruz de Arista para significar el territorio,
manteniendo las armas recibidas por herencia dinástica, los palos, como propias de la persona del monarca. 
Ambos casos son, efectivamente, afines a los reflejados en las obras heráldicas expuestas.
Para finalizar esta especialmente tediosa entrada, me permito recordar a su numen, al hilo de lo expuesto más arriba, cuáles fueron los esmaltes primitivos de la orden de la banda castellana.
A buen seguro ha contemplado en más de una ocasión, improbable lector, en alguna de sus visitas a los monumentos que aún atesoran estos reinos, el escudo de la orden presentando un campo de gules cargado de la banda esmaltada de oro.
Pero no, originalmente la orden trajo por divisa una banda negra dispuesta sobre las vestiduras. Vestiduras invariablemente blancas dado que entonces, y hasta el reinado de los reyes católicos, el color blanco significó luto. (La imagen que sigue ha sido ejecutada por don Alfonso Cánovas)
Efectivamente, improbable lector, de ahí la profusión de armerías de muy antiguas y linajudas familias castellanas, como los Zúñiga o los Carvajal, que presentan aún en la actualidad la banda negra sobre campo de plata.