martes, 4 de febrero de 2014

IMPERIAL


I've seen things people wouldn't believe. Attack ships on fire off the shoulder of Orion. I watched c-beams glitter in the dark near the Tannhäuser Gate. All those moments will be lost in time, like tears in rain. Time to die.
He visto cosas que la gente no creería: arder naves de ataque más allá del hombro de Orión. He visto rayos-c centellando en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos…
Justamente, improbable lector, lo ha reconocido, son las palabras que el personaje Roy Batty recita instantes antes de morir. 
Y efectivamente, es la película que todos nombramos como: “sí, hombre, esa de los replicantes”; cinta cuyo título real es: Blade Runner.
Pero no, no quiero referirme estrictamente a la película sino a la propia frase que he redactado al comienzo, en la que el replicante describe los lugares y objetos más cautivadores que han incidido en su retina artificial.
Actualmente los diferentes canales de televisión, sobre todo los públicos, pretenden hacernos ver que, para escapar de la crisis que nos azota, lo más sensato es afincarse en el extranjero. Así, nos muestran la idílica vida de nuestros compatriotas en los lugares más exóticos.
Curiosamente, al conjunto de los entrevistados su estancia fuera de nuestras fronteras le ha reportado múltiples beneficios. Todos ellos gozan de los mejores trabajos, de excelentes viviendas, de las máximas comodidades.
Y, el patrón es invariable, nos muestran territorios paradisíacos, lugares de ensueño que, de haber podido observarlos, el replicante que interpretaba Rutger Hauer hubiera recordado antes de morir. 
Y es que en estos reinos que se llaman en conjunto España actualmente sobra mano de obra. Existe un excedente objetivo de lo que los economistas denominan variable trabajo. 
Este concepto de sobreabundancia de mano de obra no es nuevo. Nuestra madre la Iglesia ya en la Edad Media, advirtió un proceso similar y para aliviar el exceso convocó una cruzada, una expedición armada hacia los Santos Lugares. 
Enlazando con el comienzo quiero traer a su atención un lugar que aquellos que han gozado de su visión recuerdan como especialmente cautivador. Cautivador no tanto por su fisonomía como por la trascendencia de lo ocurrido en su interior.
Ya lo ha adivinado, improbable lector, sé que escribo para sabios, me refiero a la ciudad santa para las tres religiones de nuestro entorno geográfico. La ciudad que vio morir a nuestro Maestro. La ciudad de Jerusalén. Ciudad que dicen, recuerda vivamente a la que fuera durante siglos capital de esta mayoritariamente árida península que habitamos: la imperial Toledo.
La reconquista de Toledo en 1085 por el rey don Alfonso VI supuso un avance, no solo geográfico, sino moral, para el conjunto de la cristiandad. Toledo había sido la capital del reino visigodo y en Toledo había fijado la Iglesia, aún hoy así se mantiene, su capitalidad peninsular, su diócesis primada.
Tanta trascendencia adquirió la reconquista de Toledo que la ciudad dio nombre a su entorno considerándose en lo sucesivo como un reino: el reino de Toledo. Reino que todavía aparece reflejado en la enumeración de posesiones, de hecho o de derecho, que ostenta nuestro monarca: Rey de Castilla, de León, de Toledo, de Murcia…
Las armas del reino de Toledo, y ya concluyo de aburrirle improbable lector, exhiben la corona imperial en un campo de azur, según se ha representado tradicionalmente. Armas en cualquier caso, que no han portado como propias, en exclusividad, ninguno de los monarcas que han ejercido su soberanía sobre ella.
Nada más, improbable lector, efectivamente no he llegado a ninguna conclusión brillante, ni he expuesto un asunto novedoso sobre las armas de algún lugar, ni he alcanzado un nuevo concepto heráldico. Sólo expresar mi anhelo en que nuestros compatriotas exiliados por motivos laborales retornen algún día a nuestra nación plenos de riquezas y sobre todo, al contrario que en las cruzadas, regresen vivos.