jueves, 20 de febrero de 2014

TIMBRE

 
Nuestra madre la Iglesia considera la existencia de dos, y únicamente dos, fuentes de la fe. Por un lado las Sagradas Escrituras y por otro la Tradición. 
Una institución que aún hoy considera la tradición como una forma de conocer a Dios debería ser especialmente cuidadosa en la conservación de sus costumbres. Pero no. Corren tiempos de cambio. La globalización que nos ha impuesto la comunicación universal ha determinado que se abandonen muchos de los sanos usos que se venían preservando.
Sí, improbable lector, me refiero a la reseña que expuso recientemente en su imprescindible blog el maestro don Xavier Garcia i Mesa relativa a las armas que el cardenal Cordero había planteado para el pontífice emérito. 
En un acto de desconocimiento abundante sobre la tradición y sobre los propios usos de la heráldica eclesiástica, el príncipe de la Iglesia proyectaba al común unas armas basadas en el capelo. Efectivamente, el capelo es el timbre que debe usarse, no solo de acuerdo con la tradición, sino con las propias leyes eclesiásticas sobre la materia, para significar, tanto la pertenencia al clero ordenado, como la jerarquía alcanzada dentro de su seno. 
El sistema es ingenioso. Como ya conoce, improbable lector, recurre a los esmaltes y al número de borlas que penden del mismo para determinar, sin lugar a equívocos, ambas circunstancias.
Y existe una única excepción: el obispo de Roma, que debe timbrar sus armas con la tiara pontificia. El papa emérito es papa. Ha abdicado ciertamente, pero sigue siéndolo. Como en el caso de cualquier otro rey, el ejercicio de la soberanía imprime carácter. En consecuencia no es admisible otra forma de timbre que la tiara, aunque ahora tenga forma de mitra.