Nadie entendió muy bien cómo
pudo recibir el premio Nóbel de la paz. Pero le fue concedido. Tanto su
conferencia y posterior película de éxito sobre el asunto del calentamiento
global, como el empate técnico en las elecciones presidenciales norteamericanas
debieron de contribuir a la obtención de tan afamado galardón.
Al Gore explicaba en su
disertación, bastante entretenida a pesar de tratar sobre un tema plomizo, un
hecho constatado científicamente en relación al comportamiento del cerebro
tanto humano como animal: si a un ser vivo de laboratorio, una rana por
ejemplo, se le van suministrando incrementos paulatinos, pero espaciados
temporalmente, de la temperatura del agua en que habita no los advertirá. Podrá
alcanzarse una temperatura elevadísima sin que lo perciba.
En estos reinos que en conjunto
se denominan España también hemos padecido durante cuatro décadas el experimento
descrito. Se llamó terrorismo vascongado. Un goteo de víctimas inocentes, de
familias destrozadas y de provocaciones gratuitas a los que la sociedad no supo
responder. En los Estados Unidos de América, por el contrario, los asesinatos
perpetrados en las torres gemelas se produjeron en masa. La reacción fue
inmediata. Aquí en España los asesinatos cometidos por los vascongados malos se ejecutaron
escalonadamente, como los incrementos de la temperatura del agua, y la
ciudadanía en su conjunto no supo advertir el daño. Se amoldó. Los mafiosos
lograron su objetivo: la sociedad tuvo miedo.
Y ese miedo ha debido de ser el
motor de la falta de exigencia en el uso del idioma por parte de quienes deben limpiar,
fijar y dar esplendor. La academia española de la lengua no ha llamado jamás la
atención de los hablantes de las regiones levantiscas en su uso del castellano.
Yo mismo lo he padecido.
Resulta del todo soberbio. No es exactamente el mismo caso pero puede servir de
ejemplo. Durante el desarrollo de las clases del curso de la asociación era frecuente que uno de los profesores, muy culto,
expusiera alguna palabra, en mitad de cualquier explicación, en una lengua
extranjera. El acento perfecto, sin duda. Alemán muy bien pronunciado, inglés
de Oxford y francés del mismo París. Pero en mitad de una frase en castellano resulta,
además de chocante, pedante.
La población española en su
conjunto se ha amoldado al extraño uso idiomático de los habitantes de las
regiones centrífugas. Al igual que actuaba el profesor de la asociación, es habitual escuchar en mitad de una conversación en
castellano palabras en las lenguas vernáculas de las regiones: ayer en Euscadi..., compré en Donostia..., o ver escrito: desde mañana Catalunya esconderá…
No es que no sea correcto, que
efectivamente no lo es, es que es extraño. Raro. La academia, con el
pensamiento puesto en otras labores, o con miedo no sabemos, no ha advertido a
la ciudadanía de esta particular rareza idiomática. Viene a ser como si el
resto de los españoles de las regiones centrípetas escupiéramos frases como: en
London han creado, o en München inventaron, o en The United States advierten…
Efectivamente, es extrañísimo. Si se usa un idioma, se usa ése idioma. Incluir palabras en otra lengua sólo demuestra o pedantería o
rareza.
Todo esto pretendía ser la introducción de un asunto breve, pero me voy por las ramas. Mañana comenzaré con el tema directamente.
Todo esto pretendía ser la introducción de un asunto breve, pero me voy por las ramas. Mañana comenzaré con el tema directamente.