miércoles, 1 de octubre de 2014

IDIOMAS

Nadie entendió muy bien cómo pudo recibir el premio Nóbel de la paz. Pero le fue concedido. Tanto su conferencia y posterior película de éxito sobre el asunto del calentamiento global, como el empate técnico en las elecciones presidenciales norteamericanas debieron de contribuir a la obtención de tan afamado galardón.
Al Gore explicaba en su disertación, bastante entretenida a pesar de tratar sobre un tema plomizo, un hecho constatado científicamente en relación al comportamiento del cerebro tanto humano como animal: si a un ser vivo de laboratorio, una rana por ejemplo, se le van suministrando incrementos paulatinos, pero espaciados temporalmente, de la temperatura del agua en que habita no los advertirá. Podrá alcanzarse una temperatura elevadísima sin que lo perciba.
En estos reinos que en conjunto se denominan España también hemos padecido durante cuatro décadas el experimento descrito. Se llamó terrorismo vascongado. Un goteo de víctimas inocentes, de familias destrozadas y de provocaciones gratuitas a los que la sociedad no supo responder. En los Estados Unidos de América, por el contrario, los asesinatos perpetrados en las torres gemelas se produjeron en masa. La reacción fue inmediata. Aquí en España los asesinatos cometidos por los vascongados malos se ejecutaron escalonadamente, como los incrementos de la temperatura del agua, y la ciudadanía en su conjunto no supo advertir el daño. Se amoldó. Los mafiosos lograron su objetivo: la sociedad tuvo miedo.
Y ese miedo ha debido de ser el motor de la falta de exigencia en el uso del idioma por parte de quienes deben limpiar, fijar y dar esplendor. La academia española de la lengua no ha llamado jamás la atención de los hablantes de las regiones levantiscas en su uso del castellano.
Yo mismo lo he padecido. Resulta del todo soberbio. No es exactamente el mismo caso pero puede servir de ejemplo. Durante el desarrollo de las clases del curso de la asociación era frecuente que uno de los profesores, muy culto, expusiera alguna palabra, en mitad de cualquier explicación, en una lengua extranjera. El acento perfecto, sin duda. Alemán muy bien pronunciado, inglés de Oxford y francés del mismo París. Pero en mitad de una frase en castellano resulta, además de chocante, pedante.
La población española en su conjunto se ha amoldado al extraño uso idiomático de los habitantes de las regiones centrífugas. Al igual que actuaba el profesor de la asociación, es habitual escuchar en mitad de una conversación en castellano palabras en las lenguas vernáculas de las regiones: ayer en Euscadi..., compré en Donostia..., o ver escrito: desde mañana Catalunya esconderá…
No es que no sea correcto, que efectivamente no lo es, es que es extraño. Raro. La academia, con el pensamiento puesto en otras labores, o con miedo no sabemos, no ha advertido a la ciudadanía de esta particular rareza idiomática. Viene a ser como si el resto de los españoles de las regiones centrípetas escupiéramos frases como: en London han creado, o en München inventaron, o en The United States advierten… Efectivamente, es extrañísimo. Si se usa un idioma, se usa ése idioma. Incluir palabras en otra lengua sólo demuestra o pedantería o rareza.
Todo esto pretendía ser la introducción de un asunto breve, pero me voy por las ramas. Mañana comenzaré con el tema directamente.